Recuerdo que cuando murió Franco, en el colegio nos mandaron dibujar El Valle de los Caídos. Para que tuviésemos una referencia, proyectaron una diapositiva en Kodachrome donde aparecía el monumento visto de frente con todo su siniestro esplendor, coronado por aquella cruz que ocupaba media pantalla y que parecía sostener el peso del cielo. Mientras veíamos la imagen, el cura nos iba contando la inmensidad y la importancia de aquella obra, escarpada en una montaña de Cuelgamuros.
Acabada la explicación, se encendieron las luces del aula y nos pusimos a dibujar. Lo hicimos con el aburrimiento que condiciona dibujar una imagen fija; el estatismo pétreo que no deja posibilidad alguna a la versión libre. Dibujar aquello era -según un dicho entonces- como para ir a mear y no echar gota.
Porque El Valle de los Caídos no es sólo el lugar donde está enterrado Franco, sino un lugar destinado a clasificar al pueblo tras la contienda civil. Los que sobrevivieron tuvieron que ponerse al tajo forzado. No hay que olvidar que fueron perdedores -presidiarios republicanos- los que levantaron la cruz y que los demás ya estaban desaparecidos bajo las cunetas del régimen. Ahora, los del PSOE, después de tanto tiempo depositando rosas y capullos en el valle de Cuelgamuros, hacen como si acabaran de descubrir que, bajo aquella cruz, está enterrado Franco. Claman al cielo para que se exhumen los restos del pudridero.
Los que tenemos memoria podemos hacer el dibujo estático de los tiempos en los que poco o nada se movía. Había excepciones, claro, como la revista Por Favor que nos formó desde el otro lado del pudridero y donde Maruja Torres hacía entrevistas salvajes y Marsé radiografiaba a las señoras y a los señores, mientras Vázquez Montalbán combinaba cultura popular con alta cultura culinaria. Era la revista donde El Perich trabajaba las viñetas y eran tiempos en los que el PSOE se preparaba para dinamizar las estructuras económicas franquistas bajo la cruz de un cielo siniestro.
Con el recuerdo de El Perich vine hasta aquí, para participar en el debate generado con lo de El Valle de los Caídos pues pienso que a tan perturbador monumento se le podría dar uso como excusado, dicho por lo fino. Para que cada vez que se utilice, se rinda memoria histórica igual que ocurre en aquella novela de Marsé, la dedicada a Juan García Oliver y donde unos niños mean una tapia en la que hay un retrato pintado.