Creo que fue Inés Arrimadas la primera persona a la que escuché decir que no había estelada lo bastante grande como para tapar toda la corrupción de Cataluña. Al paso que vamos, parece que ni siquiera en la sede de la ONU íbamos a encontrar banderas suficientes para ocultar el inmenso basural de cobro de comisiones y demás abusos que han marcado la vida de la comunidad catalana.
Ya sólo los bien intencionados, los ignorantes o los bobos siguen creyendo que la petición de independencia obedece a intereses políticos. La bandera de la estrella y el delirio de los països catalans, ese Narnia con barretina, son sólo una cortina de humo para ocultar las vergüenzas de un nutrido ejército de caraduras que se lo llevaban crudo mientras gritaban aquello de “España ens roba”. Y si alguien osaba señalar que las cuentas no cuadraban, que la cosa olía raro, que si el tres per cent, se agitaba una bandera imposible como patente de corso para el mangazo.
La información sobre la supuesta implicación de Artur Mas en el cobro de comisiones ilegales desató el sábado un aquelarre de declaraciones entre victimistas –“vienen a por nosotros”– y chulescas. Lo de “según qué se planteen con la autonomía catalana se encontrarán con la reacción de la sociedad” daba un poco de risa, porque en la calle el tema era muy otro: un contratista acababa de acusar ante el juez al propio Artur Mas de formar parte del entramado del tres por ciento
Así las cosas, había que hacer ruido, atizar el fuego, amenazar con majaderías varias y dibujar un paisaje apocalíptico. Pero esta vez no coló: este fin de semana los informativos no hablaban de independencia ni nada por el estilo. Hablaban del presunto choriceo, del supuesto robo, del aparente olor a chamusquina, de la sombra ominosa del comisionazo que se alarga en dirección al mismísimo Artur Mas. Y esto no tiene nada que ver con el destino de Cataluña, sino con la posible comisión de delitos penados por la ley, que no entiende de disparates independentistas.
El líder de Convergencia puede buscar a la versión Junts pel sí de Mariana Pineda, pero ni bordando una estelada gigante va a ser capaz de distraer la atención de lo mollar del asunto: los que robaban no estaban en Madrid, sino en la puerta de casa.
El sábado dijo Mas que los catalanes habían “perdido el miedo a la acción del Gobierno”. Me temo que don Arturo se equivoca: quienes han perdido el miedo son otros, y están empezando a cantar.