La nueva política nos remite, en lo político, a los años treinta del siglo pasado como mucho. Y en lo estético al vodevil. El resultado de sus ínfulas de novedad es pues (¿hace falta decirlo?) regresivo en todos los órdenes. Sus líos parecen novelas paródicas de Vizcaíno Casas. Es decir: el producto de una mente franquista.
Colocar a la parienta. El enunciado es chusco: pero la actualidad no nos permite a los columnistas que volemos. Lo que inició Felipe González con Carmen Romero y llevó a un perfeccionamiento notable José María Aznar con Ana Botella, lo ha culminado Pablo Iglesias con Irene Montero. El que el apaño haya sido esta vez en el escaño contiguo –piel con piel, como quien dice– deja la cosa cerrada, simbólica y gráficamente. No se podrá ir más allá... salvo que decidan sentarse uno encima del otro.
Y además no es la primera. A la gente (¡entre la que me incluyo!) se nos partió el corazón al ver a la pobre Tania Sánchez en plan has been en el Congreso, con mirada ida de protagonista de drama sureño, como decía un amigo. A sus espaldas, los puñales de la historia: las miradas de Irene Montero y Pablo Iglesias, la pareja rutilante. No tenemos la culpa de que adonde hayan mandado a Tania Sánchez se le llame “gallinero”; no tenemos la culpa de que la palabra evoque la presencia de un gallito...
Tampoco tenemos la culpa de que a las diputadas les haga tilín el macho alfa de su grupo. Ni ellas deberían preocuparse por ello, puesto que es una conducta natural, evolutiva (léase La evolución del deseo, de David M. Buss). Lo irritante no es la conducta, ni siquiera el beneficio que conlleva, sino las pretensiones de moralizar desde ahí. Una moralización que resultará inevitablemente inquisitorial, por cuanto que tratará de cargar en otro "pecados" propios, y así expiarlos. Y lo pongo entre comillas porque no son pecados objetivos, sino establecidos precisamente por el catecismo de quien acusa. Así Irene Montero cuando llamó a un diputado del PP "machirulo".
Por cierto, que en el vídeo incluido en la noticia de EL ESPAÑOL se aprecia –como indica un lector en los comentarios– cómo se le ha contagiado a Montero el modo de hablar y la gestualidad de Iglesias. Tampoco esto es nuevo: muchos políticos del PSOE imitaban a González, y muchos del PP a Aznar. Aquí lo bonito es el amor, como siempre. Las parejas se contagian, como los perros de sus amos. En Una pena en observación se lamentaba C. S. Lewis, al evocar las exigencias intelectuales de su amada perdida: “Nunca he sido menos estúpido que como amante suyo”. En el caso de Irene y Pablo no se trata de ser menos estúpidos, sino de ser todo lo populistas que se pueda. Y en ese sentido hacen una pareja genial.