Los fontaneros de La Moncloa no trabajan con otra hipótesis que no sea la victoria de Pedro Sánchez en las primarias socialistas. Ha bastado con media docena de actos y un par de encuestas para que descartaran al resto de candidatos. Incluso a la que todavía no se ha presentado, Susana Díaz, que anunciará su candidatura el próximo 26 de marzo, y de la que empezábamos a sospechar que había sido disuadida por la misma certeza.
El retorno del desterrado es un camino de gloria. Es como si los simpatizantes socialistas se hubieran conjurado para que la historia de su partido tenga un final de estruendo. Que todo termine con un estallido y no con un suspiro, justo lo contrario de lo que vaticinó el poeta para el fin del mundo.
Las bases quieren redimir al partido en las primarias. A mí esto me recuerda a cuando a Richard Strauss le preguntaron: "¿Maestro, no tiene la sensación de que la música le redime?". Dicen que contestó: "Francamente, no sé de qué tengo que redimirme".
Lo trágico es que el Partido Socialista no tiene nada de qué redimirse. Javier Fernández lo ha instalado en un discurso adulto y complejo, cabal, desacomplejado y alejado de la tentación populista. Un partido útil a sus votantes, artesano de lo posible en el Parlamento. Tanta cordura, pensarán los sanchistas, debe de ser una infección derechista.
La hipótesis Sánchez parece el título de una novela. Con un final dramático. Para los socialistas, claro. Para el PP, la hipótesis Sánchez es más bien la promesa de una utopía. Lo que viene tras el regreso del proscrito es perfectamente previsible. Basta con recordar sus confesiones de ultratumba a Jordi Évole. La única enseñanza que extrajo de su abrupto desalojo de la Secretaria General del Psoe es que los socialistas no tienen otra opción de futuro que una alianza con Podemos. Aquella entrevista debió ser su testamento político, eso creíamos entonces, y ahora se nos revela como el acto inaugural de su campaña triunfal. El socialismo está aquejado de una enfermedad infantil y terminal. No es una paradoja.
Si gana Sánchez, Rajoy disolverá el Parlamento y convocará elecciones anticipadas. Lo hará de buen gusto pero lo más importante es que lo hará porque no tiene otra alternativa. Y eso, también eso, le beneficiará en las urnas.
Ya hemos dicho en más de una ocasión que no existe un partido más opuesto al Partido Socialista que Podemos. No es un hermano pequeño, ni un hijo rebelde, sino la negación de todas las políticas de Estado que desarrollaron los gobiernos socialistas desde la instauración de la democracia. La victoria de Sánchez supondría una impugnación tan inapelable del pasado y presente del PSOE, que la única consecuencia posible es la jubilación de todo su establishment, y esto es como decir del poco talento político que le queda. Eso o la escisión.