Por su interés reproducimos el artículo que Pedro J. Ramírez, presidente y director de EL ESPAÑOL, ha publicado en ABC con motivo de los 15 años de vida del grupo Vocento:
Cuando en 1980 ABC cumplió 75 años, Guillermo Luca de Tena nos encargó a Luis Calvo, a Luis María Ansón y a mí que reflexionáramos sobre el pasado, el presente y el futuro del periódico bajo el epígrafe Tres generaciones en ABC. No sin cierto miedo escénico al compartir esa terna, enhebré el folio con la clásica admonición que Walter Lippman dirigía a los becarios: "Recuerda que tus grandes exclusivas de hoy envolverán el pescado de mañana".
Mi tesis era que si al llegar a la Redacción de ABC nadie me había dicho nada parecido, era porque en ese periódico "la continuidad en el cumplimiento de unos fines y la perseverancia al servicio de unos ideales han terminado siendo elementos más poderosos que la propia naturaleza efímera de su soporte físico". Treinta y siete años después ese continúa siendo mi baremo para detectar el alma de un periódico, su identidad.
Nadie podrá negarles a los diarios de Vocento ese inconfundible ADN, tan apegado a las comunidades a las que sirven, y tampoco creo que les haya faltado nunca a mis tres criaturas periodísticas –Diario 16, El Mundo y EL ESPAÑOL– personalidad propia. Editar un periódico implica en definitiva distinguirlo de los demás con atributos positivos.
Aunque el cambio de soporte físico en el que todos estamos inmersos no tendría por qué afectar a ese afán de singularidad –en las tabletas y en los móviles se pueden hacer muchas más cosas que en un rectángulo de papel impreso–, es cierto que la distribución electrónica de contenidos ha roto la unidad de la cobertura sistemática y jerarquizada que tradicionalmente aportaba el periódico.
Pero ese problema tiene soluciones porque las señas de identidad ideológicas, éticas y estéticas de una cabecera también pueden proyectarse en todas y cada una de las historias que navegan por separado en los canales digitales. Nada debería hacer más feliz a un director que el que en una cata a ciegas el lector reconozca la procedencia de las historias que ha recibido a través de las redes sociales.
Donde está el nudo gordiano de la crisis del sector, regresando a la anécdota de Walter Lippman, es en el hundimiento del precio del pescado como consecuencia de la estúpida confusión autoinducida, según la cual se pagaba por el papel de envolver y no por las exclusivas –o los buenos análisis– que contenía.
Hemos pasado de vender periódicos a regalar sus contenidos tanto por la arrogancia del sector, fascinado por los grandes números de usuarios al margen de su monetización, como sobre todo por la cobarde miopía de quienes para preservar el pan para hoy de unos ingresos tradicionales han engendrado el hambre para mañana al bloquear o ralentizar los proyectos digitales de cobro por contenidos.
El modelo con sus distintas variantes está siendo aplicado con éxito por el New York Times, el Times de Londres, el Financial Times o el Wall Street Journal. En España Orbyt marcó un camino, somos muchos los que seguimos con gran interés la virtuosa experiencia de algunos de los diarios regionales de Vocento y ahí están las alentadoras cifras de suscriptores digitales que acumulamos algunas nuevas cabeceras. Pero estos síntomas de que una minoría muy significativa también estaría dispuesta en España a pagar por contenidos periodísticos no aflorarán como tendencia mientras haya personas en puestos clave del sector pensando sólo en cómo salvar su culo del chasco de la próxima cuenta de resultados.
La desvalorización de la información de calidad, alentada por la estrategia dominante en lo que vino a llamarse el "sanedrín" de los principales editores españoles, ha desembocado en una situación que suscita el indignado lamento del título del cuadro de Sorolla, inspirado en una novela de Blasco Ibáñez. "Y aún dicen que el pescado es caro", rezaba la leyenda sobre el cuerpo agonizante de un joven marinero, arrastrado por el mar mientras faenaba.
Resulta que algunos de nuestros mejores periodistas han dado su vida en lugares remotos para satisfacer el derecho a la información de los lectores, resulta que directores de todo pelaje hemos sido víctimas de accidentes laborales fruto de la determinación a cumplir con nuestro deber, resulta que columnistas brillantes, analistas incisivos y reporteros que saltan con tesón al estribo de la noticia aportan diariamente valor añadido a la sociedad de la información, y cuando alguien pide pequeñas cantidades mensuales por todo ello, aún dicen que esa es una pretensión abusiva porque hay otros que entregan lo mismo gratis.
Detrás de ese estado de cosas hay mucha inercia perezosa, pero también la sustitución de un modelo de negocio consistente en vender buena información a los lectores por otro consistente en vender lectores al poder político y económico. Y los culpables de la expansión de este comercio fraudulento tienen nombres y apellidos. A veces dos nombres y un apellido, a veces dos apellidos y un nombre.