Declara el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, que la corrupción es un mal endémico de las distintas sociedades, incluidas las más avanzadas. No parece una aproximación muy alentadora al fenómeno, más bien parece invitarnos a la resignación: si los países más avanzados no pueden con ella, más vale aceptar que jamás podremos erradicar esta infección de nuestro tejido social y político. A lo más que cabe aspirar, dice el presidente del máximo órgano de gobierno de los jueces, es a minimizarla, para lo que postula no un recrudecimiento de las penas, que ya son elevadas a su juicio, sino la agilización de los procedimientos judiciales para tramitar y resolver las causas derivadas de esta forma de delincuencia.
Lo primero que uno piensa, al oír algo así, es que el mal que la corrupción representa, y que no deja de observarse en todas las sociedades, es más endémico cuanto menos avanzada es la sociedad en cuestión, o dicho de otra manera: que la corrupción es un indicador de retraso de la sociedad, y que aquellas que se permiten caer en la aceptación de su existencia tienen muchas menos posibilidades de prosperar que aquellas que aspiran a impedirla. Lo de buscarse como consuelo casos de corrupción en sociedades más avanzadas es una forma de autoengaño y renuncia a mejorar semejante a la del fracasado sin talento que se anima viendo cómo quien ha hecho valer sus cualidades una y otra vez tiene la mala suerte de tropezar ocasionalmente.
Lo segundo que viene a la mente, al examinar las declaraciones del máximo responsable del poder judicial, es que la mejor medida de nuestro atraso en este ámbito está en las soluciones a que recurrimos para enfrentar el problema, y que son las que menciona Lesmes dentro de esa estrategia de “minimización”. No se trata sólo de que para perseguir a los corruptos sigamos anclados en un procedimiento penal obsoleto y de todo punto insatisfactorio para responder a estas conductas, una vez producidas, en tiempo y forma que logren desincentivarlas. Sino también de que lo único que nos planteamos es la persecución a toro pasado, lo que aboca a hacer pasar el remedio por una lenta, saturada e ineficiente administración de justicia, en lugar de pensar en aquello que distingue a las sociedades avanzadas en lo tocante a la solución de problemas: la anticipación y la prevención de las conductas dañinas, mediante sistemas adecuados de control que las dificulten y eviten que ofrezcan la rentabilidad que hoy por hoy la corrupción tiene entre nosotros.
Y es que sí, es posible que la corrupción sea un mal social endémico, pero es mucho más endémico allí donde los gobernantes se preocupan de contar a la vez con una fiscalización previa deficiente y una respuesta penal a posteriori que queda diluida en procesos interminables y resueltos, una y otra vez, con la condena de actores secundarios a los que se pretende protagonistas de un fenómeno que notoriamente los sobrepasa.