Tremenda fue la zapatiesta que se organizó en las redes sociales hace unas semanas cuando una joven estudiante pidió a la Real Academia Española que eliminara de su diccionario la expresión sexo débil. Consiguió no sé cuántos miles de firmas, muchas desde luego, para tachar una definición que se considera machista y despectiva. Lo que no sabían ni ella ni sus entusiastas seguidores es que la RAE es una institución que se dedica, entre otros afanes, a recoger palabras y acepciones, independientemente de que sus significados nos parezcan mejores o peores. El lema de esta institución es: “Limpia, fija y da esplendor”, lo cual implica que ni quita, ni pone, ni cambia por puro gusto, y sus criterios de limpieza (que son los que vendrían al caso) son puramente filológicos. Si el pueblo habla mal o utiliza el lenguaje para degradar al prójimo, allá el pueblo. O sea, allá nosotros. La Academia se limita como mucho a tomar nota y a dejar constancia.
Al hilo de la tendencia revisionista de nuestro idioma, esta semana se ha vuelto a montar la marimorena con la palabra 'consolador'. Ya tenemos una plataforma que exige a la RAE “el cambio del erróneo y anticuado término por uno que no arrastre una herencia machista”. ¿Y qué proponen? ALEGRADOR. ¡Maldición! ¿Otra vez? ¿Todavía no han entendido que no se puede dar el cambiazo de un término por otro según el antojo más o menos justificado de un colectivo? Podrían, si acaso (y si el término triunfa más allá de la voluntad de sus prescriptores), añadir a la palabra alegrador una acepción más, junto a las actuales de "que alegra o causa alegría” y “herramienta para preparar el punto en el que debe taladrarse una superficie metálica”: la de “aparato que simula el órgano sexual masculino y que se utiliza para obtener placer sexual”. Y todos tan contentos. O más bien, tan alegres.
Aunque yo, con todo esto, me quedo algo desconsolada, no por falta de miembro viril como cabría sospechar en este contexto, sino porque me resulta mucho más evocadora la palabra 'consolador' que 'alegrador'. Dónde va a parar. La primera tiene poesía y música, la segunda apenas suena a chiste malo. Y eso es intolerable. La práctica saludable del onanismo nunca fue cosa de broma, sino una actividad muy seria que alivia, que reconforta, que calma, que alienta. Que anima. Y desde luego, que consuela, con todo lo hermoso que tiene este verbo y esa mera acción de "aliviar la pena o la aflicción de alguien", como la define el diccionario. En este valle de lágrimas, hallar consuelo en algo o alguien no es poca cosa.
Por lo demás, si es hermoso, grande, espléndido, radiante, robusto, lozano y magnífico, no siempre importa que se trate de un falo natural o de un artefacto de silicona recargable. En ocasiones, lo que de verdad importa es que uno u otro nos hagan vibrar al ritmo de su canción. Que nos dejemos mecer por el justo y necesario consuelo de su vaivén. Quien no se alegra es porque no quiere.