España es el único país de Europa, con excepción de Dinamarca (que tiene un solo tipo al 23%), cuyo IVA cultural es igual al de un artículo de lujo: se paga el mismo tipo por una entrada de teatro que por un Ferrari. El acceso a un recital de piano está gravado de idéntica forma que la compra de un diamante de cuatro quilates. Ir a una función de ballet supone el mismo impuesto que la adquisición de un yate. Es difícil de entender, pero así era hasta que –en una negociación que podríamos calificar generosamente como “intensa”– conseguimos como parte de los 150 acuerdos de investidura el compromiso del PP de llevar al 10% el IVA de los espectáculo en directo.
Los detalles del tira y afloja quedan para la historia, y además no importan demasiado: lo esencial es que en poco tiempo el IVA del teatro, la danza o los conciertos bajará once puntos, suponiendo un balón de oxígeno para las empresas del sector. Nunca sabremos el daño que el IVA desmadrado hizo a nuestros productos culturales: la subida del impuesto coincidió con una crisis de consumo que contrajo la asistencia a las salas. Con el objeto de no alejar para siempre a los espectadores –es muy difícil crear públicos, pero verdaderamente sencillo perderlos– muchas productoras decidieron asumir la subida del IVA para no repercutirla en las entradas.
Algunas compañías quebraron. Otras aguantaron de forma numantina, siempre con el agua al cuello. El 21% alejaba de España a muchos artistas internacionales, que preferían incluir en el calendario de giras otros países donde el precio de la entrada no soportase un cargo adicional tan elevado. Tampoco favorecía el 21% el ecosistema de los festivales, pieza esencial para el desarrollo y popularización de la industria de la música. Podría seguir, pero llega el momento de mirar hacia delante para ver un horizonte más despejado. Claro que nos ha costado lo nuestro: convencer al mismo gobierno que subió el IVA cultural 13 puntos de que había llegado el momento de bajarlo fue una tarea complicada, pero el esfuerzo ha merecido la pena.Evidentemente, el círculo no está cerrado: queda por negociar la bajada del IVA de las entradas de cine, que se mantiene en un incomprensible 21%.
España vive un singular momento creativo, con fogonazos de verdadera genialidad y un noviazgo consolidado entre los artistas y el público. Ningún momento será tan bueno como este para hacer un esfuerzo fiscal que afiance el ecosistema de nuestra cultura.