Estoy más que aburrida de la tal Cassandra Vera y de sus tuitajos, que no tuits, sobre Carrero Blanco y otra gente. Me parece fatal que le hayan impuesto un año de cárcel porque no viene a cuento, y porque además eso es como regar con agua estúpidamente bendita la planta carnívora de la malignidad: ¿a ver si esta señora ahora se nos va a comparar con Nelson Mandela y habrá quien le ría la gracia y se quede tan pichi?
Será por deformación profesional, pero a mí la libertad de berrido no me parece exactamente lo mismo que libertad de expresión. Esta última exige tener algo que expresar en primer lugar. En treinta años de periodismo por tierra, mar y aire (prensa, radio y televisión), a mí me han censurado alguna vez (pocas, pero sonadas…) y ha habido también algunas ocasiones (sonadas, pero pocas…) en que me he tenido que disculpar yo. No porque nadie me lo exigiera, sino porque a mí misma se me caía la cara de vergüenza. Como cuando ante los micrófonos de RNE traté de argumentar que en determinado asunto determinadas Administraciones se pasaban determinada patata caliente de unas a otras, y no se me ocurrió nada mejor, para hilar el argumento, que contar un chiste de gitanos que roban por piezas un coche… Cuando me di cuenta de la metedura de pata, de verdad que no sabía dónde meterme hasta que me dejaron pedir perdón ante los mismos micros. Es verdad que ofende quien puede, no quien quiere. Pero el que puede y no quería, a poca sensibilidad que tenga, se acaba sintiendo peor que el ofendido.
Estaba yo el sábado pasado en La Sexta Noche, discutiendo esta y otras jugadas, cuando por el whatsapp (se supone que el móvil lo tienes que tener apagado, pero todos lo ponemos en silencio o en modo avión…) me entró el mensaje indignado y dolorido de Cristina, una mujer a la que por Twitter desearon la muerte cuando daba la casualidad de que se estaba más o menos muriendo… Según me iba contando cómo me sentía, a mí se me iba erizando todo el vello del cuerpo, y eso que llevaba la depilación muy reciente. “Llama al programa y cuéntalo”, tecleé en un impulso. Pero ella me contestó: “No pienso entrar ni llamar. Fui yo la que sufrió lo indecible en la UCI y la que estuvo a punto de morir. Este tema me toca de lleno y prefiero que no sepan lo mucho que me afecta porque sin duda lo utilizarían contra mí. Un beso”. Otro. Pero qué triste, ¿no?