Un profesor universitario del País Vasco nos contó hace dos años en Málaga el final de ETA. Él no lo llamó así, pero era el final de ETA.
Una mañana muy temprano salió a caminar por un bosque cercano a su pueblo. Cuando se hubo internado, oyó los alaridos de un hombre. Eran alaridos insistentes, desesperados, rabiosos. Se aproximó sin hacer ruido, ocultándose, hasta que lo vio. Era un etarra que había cumplido hacía poco su condena. En el pueblo no lo trataban como a un héroe, sino como a un tonto. Eso le haría comprender –si no lo había comprendido ya en la cárcel– la gran tontería de su vida. Así que se iba de noche al bosque a gritar. Quizá no por sus crímenes, pero sí por él mismo.
En los callejones sin salida de la mente de los etarras se ha ido acabando ETA. Con el empuje indispensable del Estado, de las fuerzas de seguridad y de los ciudadanos que se opusieron (no tantos, por desgracia), que les han prestado un servicio a su autoconocimiento. Aunque este no se ha implantado del todo. En otros pueblos sí son celebrados los terroristas, y los envuelven en la grasa del sentido: un sentido falso, fraudulento. Y a él se agarran porque no tienen nada más, prorrogando su condición de tontos.
Hay que estar entontecido por la ideología (y lo están tantos, por desgracia) para ver épica, e incluso historia, en el chiste de Gila que protagonizaron los gilis de Bayona. Una panda que daba grima, en la que no faltaron los curas de rigor. Lo nauseabundo fueron como siempre las amenazas. De esas no se desarman. Eso de llamar ahora a los demócratas, como hizo Otegi de acuerdo con el comunicado de ETA, “los enemigos de la paz”. Hasta en el último pedo apestan a lo que han apestado desde el principio.
“Tomamos las armas por el Pueblo Vasco”, dice el comunicado de los tontos del pueblo. Con esas mayúsculas compensatorias, tal vez por lo mucho que lo empequeñecieron.
Un rasgo entrañable (y cargante) de los tontos es querer dárselas de inteligentes. Pero cuando la cuestión es simple, hablar de complejidad, de causas, de razones, etcétera, etcétera, es una muestra más de tontería. Y aquí la cuestión era de lo más simple: unos asesinos mataban, secuestraban, coaccionaban. Lo único inteligente era no enredarse y verlo con claridad.
Los nacionalistas son siempre los peores de su “nación”. Y los nacionalistas asesinos son los peores de los peores. Asesinaron porque eran los más tontos.