Hace pocos días Leila Guerriero tuvo uno tan bueno que su único plan era “levantarse y vivir”. Como si fuera tan fácil. Imaginen: levantándote y viviendo y solo con eso ya está todo bien: es un día bueno. Es cierto que, para ella, una profeta de las letras, quizá resulte sencillo. Escribir, vivir. A veces se parecen tanto.
Pero manejar con sabiduría las palabras, hacer que hagan lo que hacen, que fascinen a unos, que aturdan a otros, que se impongan sobre la vida de los desconocidos, no significa que sepas vivir. En absoluto. En realidad, a veces complica la existencia. Si conoces su poder, si manipulas su enorme tonelaje, puedes fácilmente ver alterada tu propia realidad.
“No a la realidad”, leí en una pancarta. Sí, una vez descifrada se hace complejo aceptarla. La gente se muere, la gente se mata. Las penurias de la vida imperfecta sobresalen con insoportable recurrencia, manchando de tonos grises muchos días azules. Por eso, resulta sencillo oponerse a la realidad, discutirle su argumentario o, directamente, guarecerte de ella. No es imperativo asumirla: ¿quién no prefiere vivir en otro lugar, uno en el que la realidad la creemos nosotros, en vez de convertirnos en víctimas de esa que han formado los demás?
La realidad a menudo no tiene nada de bueno. En muchos lugares del mundo no es otra cosa que una pesadilla continua. Y en otros donde la vida no es realmente un desastre, son las mentes de los individuos los que arruinan la existencia. Nos hemos creado tantas necesidades, entre ellas la de ser -o parecer- perfectos, que acabamos los días -también los buenos- exhaustos ante tanta coacción, la mayoría de ella íntima e infundada.
Sin percibir que, en verdad, todo eso que nos falta no es el problema: la verdadera complicación reside precisamente en pensar que nos falta, y deducir que lo necesitamos. Cuando, realmente, no es en absoluto así: nada de eso resulta imprescindible para derrocar esta estricta y feroz dictadura que se empeñan en establecer quienes amparan la felicidad siempre, la felicidad constante, la felicidad exigible.
En el fondo, saborearíamos vidas más sobresalientes sin apretujarnos desesperados, temerosos, junto a la felicidad; sin demandárnosla cada instante; sin devorarnos cada vez que el teléfono móvil no registra las llamadas o mensajes esperados; sin permitirnos observarla deslizándose en su huida -su deserción- persistente y sensata. Recurrente.
La obra literaria más reveladora de Guerriero, Los suicidas del fin del mundo, probablemente halló su génesis en unos cuantos días malos, ésos a los que suele encaramarse la inspiración. O quién sabe, tal vez no. En cualquier caso, con o sin musas que iluminen la senda, a todos nos deberían conquistar días sublimes como ése en el que la autora argentina, simplemente, se levantó y vivió.