Los españoles merecen un Gobierno que no termine de echar a perder su maltrecha imagen y credibilidad en el patíbulo de una tecnología tan rudimentaria como el SMS. Los españoles merecen que sus gobernantes domestiquen al menos sus afectos -si no por convicción, sí al menos por un sentido de la responsabilidad- y eviten el compadreo con sospechosos y delincuentes. Pero parece que a este anhelo llegamos tarde.
Los mensajes de apoyo que Mariano Rajoy envió a Luis Bárcenas, cuando al tesorero del PP ya le habían descubierto el botín en Suiza y los sobresueldos, no se puede comparar con el que Rafael Catalá envió a Ignacio González en noviembre, cuando el expresidente de la Comunidad de Madrid ya estaba imputado por el asunto del ático en Estepona. Relacionar ambos episodios rebaja la gravedad de un baldón que Rajoy jamás podrá eliminar de su currículum. También reduce a un debate sobre la prudencia y las amistades peligrosas una actitud incompatible con la rectitud obligada de los representantes públicos.
Sin embargo, sí es verdad que llueve sobre mojado. Que el asunto del SMS del ministro de Justicia a su amigo Nacho sólo puede agravar la sospecha de que al Gobierno y al PP les preocupa más ocultar la corrupción -sin reparo de incurrir en complicidades obstruccionistas- que eliminarla. Y que a estas alturas los ciudadanos sólo pueden estar hartos de que su capacidad de asombro sea violentada, una y otra vez y sin solución de continuidad, por el hedor de las sentinas del poder, cada vez más rebosantes.
Al caso Gürtel le sucedió la trama Púnica y a ésta última la operación Lezo sin que la letra pequeña y derivadas de cada escándalo hayan dado margen al descanso. Hemos tenido y tenemos ministros que se reúnen con corruptos y que soplan las velas de las tartas de cumpleaños de evasores fiscales, miembros del Gobierno que dan el agua en las redadas, fiscales anticorrupción que ponen objeciones a las operativas de sus compañeros, y magistradas “amigas de la casa” que avisan a los cómplices mediáticos de los malos si están siendo objeto de vigilancia.
En esta tesitura, apoyar los Presupuestos del Gobierno será poner palio a una trama -no hay otro modo de decirlo- que palidece por imprecisa e ingenua en el trazo grueso y personalista del autobús fletado por Podemos. El pitido del SMS de Catalá, agudo colofón de toda las podredumbre supurada la última semana, debería servir para mandar al rincón de pensar a quienes permitieron la investidura de Rajoy y a quienes impidieron el Gobierno reformista que proyectaron Pedro Sánchez y Albert Rivera. También para despertar, con todas sus consecuencias, a la realidad de un país en el que lo mejor que podría pasar es un adelanto electoral.