Francisco Marhuenda ha explicado estos días ante las cámaras de Antena 3 y de La Sexta por qué está limpio de polvo y paja en la Operación Lezo, y por qué es imposible que él coaccionara a Cristina Cifuentes. Dado que la interfecta ha admitido que no fue chantajeada, poco más que añadir.
Marhuenda sólo admitió un pecado venial: haber llamado "zorra" a la jefa de gabinete de la presidenta madrileña. Ahora bien, este es el día que no se ha puesto en contacto con ella para disculparse.
Al ser preguntado por qué contrató como columnista en La Razón a Ignacio González, Marhuenda manifestó que lo hizo "porque escribe bien" y porque el expresidente pasaba por dificultades económicas y "le venía bien cobrar". Sobre lo primero, cada cual tendrá su criterio, pero después de un año no puede decirse que sus columnas hayan incendiado las redes ni que su firma se la rifen los medios. Sobre lo segundo, llama la atención esa concepción del periódico como de entidad caritativa, pero también que se vea en la necesidad de teclear cuartillas quien vive en un señor chalé en Aravaca y presume de ático de lujo en Estepona.
Pero lo más llamativo es la oposición de Marhuenda a desvelar cuánto pagaba a González por columna. "Tampoco una gran cifra, no voy a decirla porque me parece cutre", aseguró a La Sexta. Sus reservas alientan la comidilla de que cada colaboración era remunerada con cuatro cifras, con cantidades fuera de mercado. Como, de ser así, no habría correlación entre la repercusión de los escritos del político y lo que se le abonaba por ellos, los malpensados barruntan que en realidad González no hacía más que cobrar, con carácter retroactivo, del dinero que él mismo había surtido al periódico, en una suerte de vasos comunicantes.
Me explicaré. Es sabido que el diario de Marhuenda ha venido recibiendo un trato preferente por parte del enfangado Canal de Isabel II. Por lo tanto, el grifo abierto en la compañía de aguas permitiría al expresidente madrileño recoger al final del ciclo una pingüe recompensa por sus 600 caracteres. Pero Marhuenda lo tiene fácil para apagar los infundios. Él, que es tan locuaz, que nos aclare cuánto trincaba el columnista, y punto pelota. Apuesto a que aún le salía barato.