Se diría que han luchado con tanta furia contra tantos fascismos inventados que cuando llegó el fascismo real estaban exhaustos. La única grieta que ha encontrado Marine Le Pen en el frente republicano ha sido la que ha abierto el trotskista Mélenchon con sus cobardes apelaciones al voto en conciencia. En España y en Francia ocurre algo parecido: nadie duda sobre lo necesario que es cerrarle el paso al fascismo, excepto los fascistas y los antifascistas.
Hace un año le preguntaron a Íñigo Errejón en una entrevista en El Mundo si existía un hilo invisible que uniera dos fenómenos políticos como Podemos y el Frente Nacional francés. Su explicación no sorprendió entonces a casi nadie y hoy, con Marine Le Pen subiendo en las encuestas, es todavía más reveladora: "La respuesta políticamente correcta sería 'no tenemos nada que ver'. Porque es obvio que nosotros y Marine Le Pen estamos en las antípodas. Y, sin embargo, sí hay un hilo. No en la expresión ideológica ni en las políticas que queremos, pero sí una reivindicación común en muchos países diferentes. La necesidad de volver a reconstruir comunidad y sentirse parte de algo. No ser un ciudadano que vota cada cuatro años y consume cuando tiene dinero en el bolsillo. Yo quiero ser parte de un pueblo, de una patria democrática, que en las malas me protege y que cuando las cosas van mal exige a los de arriba que cumplan".
La necesidad de "sentirse parte de algo" se puede traducir como nacionalismo. Ese es el lugar donde se encuentran los eurófobos de izquierdas y derechas, con sus comunes lamentos por la soberanía perdida, el manoseo de la palabra patria y el permanente cuestionamiento de la democracia que los cobija. Si hoy el secretario de Organización de Podemos Pablo Echenique no se atreve a decantarse entre Macron y Le Pen es porque el votante del primero se parece mucho menos al suyo que el de la segunda, que ese votante defensivo que al meter la papeleta en la urna está clamando por un repliegue que lo proteja de la modernidad. Ese votante que pide, en palabras de Errejón, "una patria democrática que en las malas me protege".
En la segunda vuelta Le Pen perderá y lo hará a pesar de la complicidad de una extrema izquierda que lleva décadas en una simulación de lucha contra el fascismo y que siempre -siempre- termina prefiriendo el "cuanto peor, mejor" al "mal menor".