Uno creía haberlo visto todo en política y sin embargo el PP de Rajoy ha descubierto en esta legislatura una práctica absolutamente novedosa que supone revolucionar cuatro siglos de parlamentarismo. La técnica permite al partido en el Gobierno no perder jamás una votación, aun en minoría, por lo que puede afirmarse que estamos ante la piedra filosofal con la que alguna vez soñaron líderes políticos de todo signo y condición.
Grosso modo, la cosa consiste en lo siguiente: el portavoz del grupo parlamentario sube a la tribuna de oradores y defiende con vehemencia un punto de vista determinado sobre el asunto que se debata en ese momento. Si a la conclusión de las intervenciones la dirección del grupo constata que cuenta con mayoría en la Cámara, perfecto. Ahora bien, si llegada la votación se sabe en minoría (¡aquí el hallazgo!), los diputados se abstienen o votan junto a la oposición. Una absoluta genialidad; una idea que nunca antes se le había ocurrido a nadie.
Los populares ya han puesto en práctica esta estrategia varias veces, la última con ocasión del debate sobre la retirada de los restos de Franco del Valle de los Caídos. Su diputada Alicia Sánchez Camacho se opuso a la iniciativa de los socialistas con contundencia y una bien pertrechada batería de argumentos. Al final de la sesión, una vez se percataron de que perdían, desde el grupo se anunció la abstención.
Los parlamentarios del PP estrenaron esta táctica apoyando, para pasmo general, una proposición del PSOE que culpaba al Gobierno de Rajoy de manipular Radiotelevisión Española. Poco después votaron a favor de crear una comisión de investigación sobre la financiación irregular de su propio partido, aun cuando se habían negado en redondo a esa posibilidad. Esta misma semana han decidido respaldar en el Senado la prohibición de cortarle el rabo a los perros, en sentido contrario a lo que votaron en el Congreso, donde -probablemente por un despiste- perdieron en la votación final.
Esta técnica, que a falta de que la filosofía política encuentre denominación más apropiada podríamos bautizar como travestismo, entronca con el pensamiento de Marx (Groucho) y su célebre apotegma: "Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros". También con el surrealismo de las Tetas de Tiresias. El problema es que con tantos cambios, mudas y metamorfosis se corre el riesgo de marear al ciudadano y que no sepa quién defiende qué. Yo mismo ya me lío con lo de la amputación de los rabos y el traslado de los restos del Valle de los Caídos.