El ascensor social se averió. No subía, solo bajaba, penetrando en sótanos desconocidos. Nadie recordaba un contratiempo semejante. Llegaron los expertos; la avería era grave. Diez años después, sabemos que el contratiempo fue en realidad una catástrofe de imprevisibles consecuencias. La clase media aceptó amargamente que los hijos vivirían peor que los padres. Ya vivían peor, y por supuesto más extraviados que los progenitores a su misma edad. Estos también vivían peor que nunca, y los abuelos veían desvanecerse su relativa seguridad. Pobre colosal generación: hambre en los cuarenta, trabajo en los cincuenta, trabajo y alegrías en los sesenta, trabajo y baches en los setenta, trabajo y recuperación en los ochenta, trabajo y algunos sueños cumplidos en los noventa, descanso y, de repente, ruina en el nuevo siglo.
No sé si dedicar un párrafo a lo que el lector despierto ya debe saber: la globalización está siendo indudablemente benéfica en términos netos para la humanidad. Pero el neto se forma restando, y aquí lo sustraído es el empleo de un gran pedazo de la clase media occidental. De ahí el éxito proteccionista de Trump, de ahí el anti europeísmo del brexit, de ahí el anti cosmopolitismo de la felizmente frustrada Le Pen, y de ahí el populismo vengativo de Podemos, que disputa a los socialistas la primacía de una izquierda caduca.
La clase media, la gran contribuyente, está en serio peligro. Hasta tres millones y medio de españoles se cayeron de ella durante la crisis. El peligro continúa, por mucho que nuestras tasas de crecimiento se revisen hoy al alza y las de paro a la baja. No nos engañemos, el viejo ascensor no hay quien lo arregle; la mayoría de las ocupaciones que aquí siguen dando empleo aportan poco al erario y, además, se extinguirán. Hay más de tres probabilidades sobre cuatro de que se automaticen en los próximos años: camareros (77%), recepcionistas (96%), dependientes de comercios (92%), conductores (89%), guardias de seguridad (84%). (Universidad de Oxford, Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne) Sin una verdadera revolución educativa que lance al mercado cada año a centenares de miles de jóvenes competitivos, acostumbrados a colaborar con empresas en proyectos basados en el conocimiento, sin miedo a la movilidad y regidos por un marco normativo favorable a los negocios, nuestro país no tendrá futuro. Gente generalmente inteligente, como los neocon americanos, ignoraron fatalmente en Oriente Medio que sin clase media no hay democracia. Pues bien, sin ascensor social tampoco hay patria.