Una histeria sonrojante se apodera del socialismo de las baronías a media que se acerca el duelo a tres entre el billete Susana-Patxi y el redivivo Pedro Sánchez. Se percibe en el zafarrancho por la andaluza, a quien los propios reciben tocados de rojo (“polo, camiseta o blusa”, especifican en las convocatorias) como en los sanfermines. Y quedó constatado durante el debate del lunes con el destape integral del ex lehendakari que desplomó al PSE tras el alto el fuego de ETA.
Desde fuera da la impresión de que Patxi López se equivoca o malversa adrede el sentido de la primarias cuando presenta el quilombo del domingo como una jornada ecuménico-política sobre la reconciliación socialista, cuando lo que deben decidir los militantes es qué hace el PSOE para no agravar su renuncia a gobernar -tras investir gratis a Rajoy- con la pérdida -por incomparecencia- de la hegemonía de la izquierda.
El debate no es estrictamente político, sino estratégico y táctico. Pero no sabemos si las bases acabarán viendo el cartón después de lo mucho que se han empleado Díaz y López en apretar las tuercas del aparato, en aventar señuelos y en adulterar enfáticamente la historia reciente del partido, con el objetivo común de menoscabar a Sánchez.
Si Patxi López propone, como hizo el lunes, reformar los estatutos para que las primarias sean a dos vueltas: ¿no debe retirarse tras haber quedado técnicamente eliminado en el proceso de recogida de avales? ¿Está exento de la coherencia que él recomendó a Sánchez cuando le animó a dejar el escaño tras su defenestración en el Comité Federal del 1 de octubre? ¿Puede el exlíder del PSE permitirse el lujo de examinar a Pedro Sánchez por defender las “naciones culturales” que él también ha reivindicado?
Susana Díaz y Patxi López han jugado sucio para ridiculizar y desacreditar a Sánchez. Pero nada de lo que ha hecho o dicho el último secretario general del PSOE se desvió de la senda -cada vez más accidentada y estrecha- recorrida por quienes le precedieron. Fue Zapatero quien se inventó lo de la geometría variable y quien abrió la caja de los truenos con el Estatut de Cataluña y con aquello de que nación es un término “discutido y discutible”.
La diferencia entre ambos aliados de facto es que mientras a la presidenta andaluza -a quien algún destacado adepto ha comparado con Alejandro Magno- le asiste algo así como la legitimidad del odio, el candidato vasco se regodea en un sermoneo y en un buenismo muy poco serios. Francina Armengol ha sido la primera en proclamarlo por la vía de los hechos.
Quizá el PSOE debió de optar por la abstención a Rajoy el día siguiente de las últimas elecciones: la opción razonable era negociar. Pero lo que no se le puede echar en cara a Sánchez es que llevara el mandato de las bases hasta las últimas consecuencias.
Sí se equivocó, y mucho, el día que dejó su escaño. De estar ahora en el Congreso, podría haber capitalizado la moción de censura que justa pero tramposamente plantea Pablo Iglesias.