Es verdad que en el mundo y en el ruedo hay de todo. Que no siempre la alta cultura o ni siquiera la baja acompañan al ánimo recto y al buen corazón. Así la entrañabilísima señora que ayer casi se arroja a las plantas de Fernando Sánchez Dragó a las puertas de Las Ventas, para decirle toda arrobada: “¡Me encantó su libro El sendero luminoso!”. Y el marido, todo corrido: “Mujer, que es el sendero de la mano izquierda…”. Risas.
Es fácil reírse del pueblo cuando uno: a) por lo que sea se siente superior b) carece de talento para esa traviesa poesía del espíritu que es la ironía. Así el señor que también ayer se fumaba un puro como un misil al ladito mismo de nuestro burladero, a la vez que tomaba furiosas notas. “Mira, pues ese escribe…”, comentó uno de los nuestros. Y atinó otro: “Sí, ahora hasta a los fumadores les enseñan a leer y a escribir”… Risas de todos (una archifumadora y una exarchifumadora incluidas…) menos del fumador escribidor, cuyas narices humeaban bilis.
Pero volvamos a empezar, o empecemos desde el principio, tanto monta: los invitados de ayer al Callejón y a estos Cuentos eran Luis Alberto de Cuenca, exsecretario de Estado de Cultura y poeta en activo (entre otras excelencias) y su cónyuge que tampoco es intelectualmente manca, Alicia Mariño. Subrayo lo de cónyuge para disipar todo posible malentendido de que ella fuese la señora de Fernando Arrabal (como tal parece que la tomaron en el entierro de Camilo José Cela). Conste que no hablo de oídas: el exalcalde de Madrid José María Álvarez del Manzano, que como el rey emérito don Juan Carlos no parece dispuesto a perdonar una sola corrida de esta feria, confirma que los casó él. A Luis Alberto y a Alicia, se entiende.
La verdad es que da gusto ir a los toros con gente fina y elegante por dentro y por fuera. A los toros y a donde sea, pero especialmente a los toros en tiempos de tribulación. ¿Se han enterado de que la izquierda más casposa del Ayuntamiento de Alicante, la que por cierto lo gobierna en tripartito engendro con el PSOE, ha querido echar para atrás los carteles del festejo taurino de Hogueras, porque en ellos aparecía el rostro del poeta Miguel Hernández, nada menos que en el 75 aniversario de su muerte? Conste que decimos muerte por no decir algo más, pues el negro fin del genio de Orihuela poco o nada tiene que envidiar, en términos políticamente ominosos, al de Federico García Lorca. Sólo que a éste lo ejecutó la Guardia Civil sin cooperación o negligencia roja. A Miguel Hernández lo dejaron tirado los que se supone que eran los suyos después de una sonada bronca con Rafael Alberti y señora… En fin, que vivir es ver volver.
Pero no nos peleemos, si no pelearse con los antitaurinos es posible. Si es posible tener la Fiesta en paz. La corrida de ayer eran toros de Parladé para Curro Díaz, Iván Fandiño y David Mora, el único que deslumbró. Alicia Mariño hasta le encontró guapo. Criterio que yo no del todo discutí, pero sí algo maticé, tras contemplarle en detalle a través de mis maravillosos prismáticos de ir a la ópera, comprados en la Metropolitan Opera de Nueva York. Dientes, dientes. Como son de esos que se sujetan con una especie de palito, se les puede llamar impertinentes, Luis Alberto de Cuenca me apuntó. Tras lo cual yo cuchicheé: “Pues visto con impertinencia, este hombre no es tan guapo, aunque es verdad que chorrea buena planta”.
Para servidora los impertinentes tienen el plus de corregir la miopía. Pues servidora no lleva gafas por ánimo de emular a las antiguas azafatas del Un, Dos, Tres, ¿saben? Servidora es sinceramente miope. Suerte que tenía al lado a este caballerazo, a este true gent de las letras y de todo que es Luis Alberto de Cuenca, para reivindicar que sin los monjes miopes no se habrían podido copiar los códices más sagrados de la Edad Media: “los miopes salvaron la cultura grecolatina”. Ay. Uy.
El encanto de la pareja De Cuenca-Mariño fluyó desde el primer momento. Desde que nos encontramos a los pies del friso del Desolladero discutiendo si era o no era un friso, para empezar. “Claro, Luis Alberto, es que tú te esperarías un Fidias…”. En su honor o por compensar, el último toro en salir a la plaza se llamaba Helénico. Un buen guiño al convidado de honor.
Por lo demás era una tarde fértil, una tarde repleta de cosas que aprender. Don Manuel Ángel Fernández, director general de Asuntos Taurinos, nos informó de que la plaza de Las Ventas data de 1931 y que se inauguró “con un festejo benéfico para combatir el enorme paro que entonces había”. Toma, y el que hay en este momento. Sólo que los podemitas de ahora ponen mucho más empeño en combatir al toro que al paro.
Alicia Mariño, rubia y burbujeante como el buen champán, opinaba de toros con más ingenio que acierto (según Dragó). ¿Será verdad que lo que no sabía, se lo inventaba? A mí se me caía la baba igual. Por ejemplo cuando me habló de sus amados búfalos de África: “si eso en vez de ser un toro fuera un búfalo, desde aquí no verías la cabeza del torero”. Sin darse cuenta el mismo Dragó la cargó de razón al contar espontáneamente que allá por los años 60 o 70 se montó en Mozambique una corrida para ese torero que llamaban el Mondeño (quien llegaría a monje…), sólo que en vez de toros, le soltaron búfalos para torear. Hala.
De repente Luis Alberto se pone serio y le pregunta a Dragó: “¿Tú crees que veremos algún día acabarse los toros?”. Lo pregunta con melancolía pilarista verdaderamente mayestática… Respuesta de Dragó: “No mientras yo viva”. Puede parecer cachondeo macabro, pero ojo que él dice que le han echado una carta astral donde le auguran llegar hasta los 95… Calculen…
Salimos de estampida cuando la plaza aún pataleaba si oreja sí, oreja no, para David Mora el Bien Plantado. Comentando las frecuentes injusticias que abundan en estas cosas, yo sugerí a Dragó: “Pues si no le dan la oreja que se merece, tú te cortas una, como Van Gogh, la arrojas a la plaza y gritas: ¡ahí va la mía!”. La idea encantó de inmediato a la chisposa surrealista afrancesada de Cáceres que es Alicia Mariño, quien de niña iba a tirar bombas fétidas a las parejitas de novios de su pueblo. De ahí que tenga tan buenas piernas, para salir por patas. “¡Pues sería genial, nos cortamos todos una oreja y la tiramos a la plaza, imagínate qué escena!”. ¿Sería o no sería potencialmente sensacional?
El caso es que todo quedó en gamberrada teórica. Nos retiramos todos en perfecta posesión de nuestros dos apéndices auriculares. Dragó y yo, como siempre, de cabeza al metro. Los De Cuenca-Mariño se lo piensan: “Pero es que yo no sé coger el metro”, susurra el poeta, alarmado. “Tranquilo, yo tengo metrobús para todos…”, veo de tranquilizarle. Alicia me susurra al oído: “No insistas, como ha visto entrar a tanta gente, y le dan pavor las multitudes”…
Ironías de la vida, es despedirnos, irse ellos a batirse el cobre por un taxi, nosotros metro adentro (qué sea lo mejor, sólo el dios lo sabe…) cuando al pillar asiento, resulta que lo pillamos justo enfrente de uno de esos poemas que cuelgan ahora en los vagones, para que el pueblo de culturice a la par que se moviliza. Quiere la casualidad que el poema sea del poeta que tiene miedo de coger el metro. Es su obra titulada El desayuno, ¿se acuerdan? La que empieza diciendo: Me gustas cuando dices tonterías, cuando metes la pata, cuando mientes… etc.