Con el buen ojo que le viene caracterizando en los últimos tiempos para buscar maduros a los que apoyar o protegidos a los que después hundir, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero se pasó toda la tarde noche del sábado haciendo de pitoniso pito sobre el castañazo que se iba a pegar Sánchez al día siguiente. “Gana Susana de calle, por cuatro o cinco puntos… por lo menos”, fue su mensaje a todos aquellos que le preguntaban.
Unos días antes, José Bono, perdedor contra el anterior en las primarias de julio del 2000, –pero que en el fondo está convencido de que nadie/nadie sería mejor secretario general que él– también lo tenía clarísimo y con la chispa, agudeza e inteligencia que cree derrochar por todo su cuerpo serrano le dijo a Daniel Basteiro que Pedro era un bluf y que no podía coser el PSOE: “Tiene aguja pero no tiene hilo”. ¡¡¡Guau!!!
La riada del domingo los ha pillado en pelotas, sin flotador ni manguitos y se los ha llevado por delante. Pero no sólo a ellos dos. Todo el PSOE oficial, toda la vieja/viejísima guardia y hasta la nueva que tan satisfecha estaba por el asesinato de octubre en la calle Ferraz, y en el que todos aportaron su gotita de cianuro, se ha ido ahora por la pata abajo y busca desesperadamente el camino de vuelta. Quieren trepar como sea desde el sumidero al que los ha enviado un muerto que estaba vivo y repleto de rencor y una militancia harta de que todos hablaran en su nombre sin tener ni idea de lo que realmente piensa.
El padre González, el resucitado Guerra, el editorialista Rubalcaba, el profeta Zapatero, el modisto Bono, el gestor Fernández; los nuevos Page, Puig, Vara, Lambán; los aspirantes Gómez y Carmona; el sempiterno Eduardo Madina, que ha vuelto a doblar la rodilla ante Sánchez…
Unos han visto cómo ni tan siquiera su pasado y poderoso liderazgo en el partido ha servido para influir en la militancia; otros, han comprobado con horror y miedo ante lo que se avecina como sus territorios les daban la espalda, y de forma contundente en algunos casos; otros han contemplado cómo sueños y ambiciones se convertían en pesadillas y en un futuro político al borde del cadalso. Entre todos pusieron en marcha el asesinato del Orient Express sin contar con los militantes, pero al final han sido estos los que les ha pasado por encima. Aplastamiento generalizado de una forma de entender el Partido Socialista Obrero Español.
Pero como no hay mal que por bien no venga –¡ojo! que no quiero decir con esto que la victoria de Pedro es lo peor que ha podido pasar, ni mucho menos que la victoria de Susana hubiera sido la salvación de un partido en plena autodescomposición– la dimisión del impresentable de José Luis Corcuera, el de la patada en la puerta y en los cojones, es sin duda una gran noticia para el nuevo secretario general, para todos los socialistas de bien, porque se quitan esa basura de su partido, e incluso para el común de los mortales que aún le recuerdan como el ministro del Interior y de los fondos reservados.
A este mundo, al del común de los mortales, ha vuelto de cabeza la Felipona, -como brillantemente suele llamar el gran Raúl del Pozo a la presidenta andaluza- que debe seguir frente al espejo y preguntándose cómo es posible que haya perdido por goleada; cómo es posible que se hayan equivocado tan estrepitosamente los militantes a la hora de depositar su voto en la urna y elegir a un tal nomientascariño como nuevo líder de los socialistas en lugar de a ella, que sin duda es la mejor.
Que te apoyen descaradamente todos los nombres propios de la historia reciente de tu partido, además del periódico oficial del PSOE, y que te gane por más de diez puntos de diferencia aquél a quien denostabais en público y en privado tú y todos los nombres propios de la historia reciente de tu partido, además del periódico oficial del PSOE, debe resultar tremendamente humillante.
Ella que ganaba siempre, que tantos avales tuvo –menos que votos, por cierto– que era la reencarnación de la virgen de Triana, de la Macarena, de todas las vírgenes habidas y por haber; ella, la última CocaCola del desierto, la más lista, la más socialista, la más todo de todo. Ella ha sido arrasada. Ha perdido en todos los sitios menos en su casa y se confirma lo que se sospechaba: que lo suyo es heredar pero no conquistar.
De ahí su rostro demudado e incrédulo del domingo por la noche, su rictus de desazón, de odio indisimulado y de rabia profunda cuando se dio cuenta de que no siempre el cartero llama dos veces y de que ahora la muerta es Susana Díaz.
La duda estriba en saber si el PSOE podrá sobrevivir a tanta sangre.