Esta imagen, en la que el sujeto más poderoso sobre la tierra y el hombre con más ascendencia en el cielo aparecen juntos, resulta entre cómica y Tierna. La condición principal de sus protagonistas, su disposición y su gestualidad, subrayan esa atmósfera sutilmente embarazosa que reconocemos en la mayoría de las fotografías que las familias mal avenidas se hacen en las comuniones y los cumpleaños.
En realidad, todos hemos protagonizado alguna vez instantáneas similares, normalmente tomadas en casas de parientes políticos, en las que posamos retraídos o incómodos tras haber sido agasajados a nuestro pesar. Viendo la cara de Trump, esa sonrisa entre bobalicona y feliz que imaginamos en los tontos rurales de Faulkner, cualquiera diría que el homenajeado es él. Observando, sin embargo, el rostro grave y los hombros cargados de Bergoglio, su aspecto de boxeador retirado o de suegro abnegado con yerno a disgusto, lo natural sería pensar que al Papa le ha tocado el papel de convidado de piedra.
La realidad es bien distinta porque esta fotografía corresponde a la visita oficial del presidente de EE.UU. y su familia al Vaticano el pasado miércoles. Pero incluso admitiendo que no se trataba del cumpleaños de Donald, sino de una visita de Estado, la imagen tiene el aire inequívoco de los compromisos familiares que se soportan mal: como el arroz con postre de chistes beodos a cargo del cuñado de cada domingo.
Ivanka y Melania, la dulce hija de Trump y la seductora primera dama, añaden a la composición un halo misterioso, como de retrato mortuorio, muy en sintonía con la cotidiana trascendencia que cabe presumirle al Vaticano. Ambas mujeres han sido caricaturizadas en las redes con todo tipo de memes alusivos a El resplandor, Los otros y otras películas de terror o misterio. La caída de la mantilla de la exmodelo que odia la Casa Blanca también ha sido muy criticada. Pero yo creo que el chafardeo de los ociosos no resta un ápice de belleza y serenidad a ambas mujeres y que probablemente su presencia alivió el trámite al Pontífice anfitrión.
Francisco hace proselitismo de la austeridad y la pobreza, del ecologismo y el pacifismo, flirtea con la izquierda de inspiración peronista, ha bendecido y reclamado la acogida de inmigrantes y ha criticado los males inherentes al capitalismo desbocado. Trump, por contra, es multimillonario ostentoso, prepotente, negacionista, racista y belicoso. Uno y otro son como el agua y el aceite y combinan, nunca mejor dicho, como un Santo Cristo con un par de pistolas. Viendo esta foto, que es el retrato de un apuro, ¿sólo a mí me entran ganas de salvar al Papa de Trump?