La Universidad de Coimbra ha acometido el estudio de los cerebros de cincuenta y seis forofos del fútbol. En contra de lo que algunos pocos esperáramos, la investigación no ha revelado que la masa encefálica del hincha sea inferior a la media, o que muestre siquiera una tendencia a disminuir de liga en liga. Lo que sí han descubierto es que para estas gentes, que se cuentan por miles de millones, un gol es un orgasmo. Un gol de su equipo, huelga decirlo, porque lo contrario, que les metan un gol, es peor que un gatillazo. En la jerga científica han denominado este extraño fenómeno correlación neural del compromiso pasional en fans de fútbol. Se ve que es algo serio. ¿Pero de qué se trata?
Parece ser que, ante un gol favorable a sus colores, al tifoso se le activan circuitos cerebrales de recompensa muy parecidos a los del amor romántico, si bien los expertos subrayan que para los amantes del balompié, un balón bombeado a la red tiene más poder vitalizante que el vigoroso bombeo del músculo cardiaco. Quizá sea (eso lo digo yo y no el estudio) porque en lugar de corazón tengan en el centro izquierda del plexo solar una pelota blanca y negra, o de alegres coloritos, y que esta anatómica peculiaridad determine un comportamiento excéntrico tanto en el estadio como delante de la pantalla, además de esa compulsiva y sin duda neurótica costumbre de hablar de jugadas, resultados y pronósticos de centenares de partidos pasados, presentes y futuros, nacionales, internacionales, de cantantes contra toreros y de solteros contra casados. ¿Será que les va literalmente la vida en ello?
Si mi teoría no es cierta, por favor, que alguien me ofrezca una explicación racional sobre lo ocurrido el otro día, cuando un ferviente aficionado del Manchester United, después de un gol o de un orgasmo (no se sabe, pero para el caso viene a ser lo mismo), no pudo contenerse y en pleno ataque de generosidad post-coital desplegó una pancarta con un mensaje dedicado a Ibrahimovic: “Zlatan, si te quedas puedes acostarte con mi mujer”. El futbolista sueco, que aún convalece de una grave herida de guerra, se acercó con una sonrisa de bribón para hacerse una foto junto al cartel ante el bramido tribal del estadio. Nadie se preguntó si a la mujer del entusiasta admirador le apetecía o no acostarse con el simpático jugador, esperemos que sí. O si la señora en cuestión prefería seguir teniendo orgasmos junto a su marido frente a la tele, sin llegar a tocarse siquiera, inducidos por el solo gemido, aullido, alarido de placer de quien siente que la mete él mismo hasta el fondo de la portería. Puede ser, puede ser, no seré yo quien niegue los poderes de la sinestesia. Y de las goleadas. Tal vez todo esto (sumado a una buena delantera) sea la milagrosa razón por la que las mujeres somos multiorgásmicas. ¿No os parece algo extraordinario? Y luego nos quejamos del fútbol.