Rajoy reaccionó a la dimisión de Manuel Moix como acostumbra en este tipo de casos, es decir, de forma oblicua, cínica y reivindicativa. En un acto este jueves declaró que “hacer política es hacer las cosas a lo grande, fijarse en lo importante, tomar las decisiones que hay que tomar y no ocuparse por los chismes, algo a lo que desgraciadamente estamos acostumbrados en los últimos tiempos”.
Rajoy recurría, así, a su habitual maniobra dialéctica: lo que no me hace quedar bien no es importante, no es adulto, no es serio; y si la mayoría opina lo contrario es porque España no está a la altura de tan extraordinario estadista. Es el discurso tramposo de quien piensa que la seriedad debe ser mediocre, creencia tristemente extendida entre quienes se creen tecnócratas siendo solo apagafuegos.
Dicho lo cual, Rajoy acertaba al señalar la cualidad efímera, casi líquida, del escándalo Moix. Por higiénicas que puedan parecer estas caídas de cabezas de turco, Moix no deja de ser en 2017 lo que Soria fue en 2016 y lo que será algún otro a la vuelta del verano: nuestro telediario flamígero de la semana, el incendio bajo el cual se siguen moviendo, impertérritas, las placas tectónicas de la vida en común.
Pero el presidente regresó a la senda del error al sugerir que, en el nivel de la “política a lo grande”, las cosas se están haciendo bien. Más bien es todo lo contrario. La aprobación este miércoles de los presupuestos ha mostrado, una vez más, la incapacidad de nuestro sistema parlamentario para resolver una situación de bloqueo sin recurrir al comodín de los regionalistas/ independentistas. Es decir, regando de millones aquellas autonomías que han tenido la suficiente astucia como para colocar en el Congreso a diputados cuyo único cometido es cuidar el terruño. Por enésima vez se agrava la desigualdad entre españoles dependiendo de dónde les ha tocado nacer, y se incentiva la extensión de estos movimientos. Porque, vistos los resultados, ¿qué comunidad autónoma no querría tener a su propio Pedro Quevedo -o, mejor, a su propio PNV- en el Congreso?
Quienes a lo largo de 2015 y 2016 vimos con buenos ojos la llegada del multipartidismo lo hicimos, en parte, porque pensamos que facilitaría el acuerdo entre grandes formaciones de ámbito nacional. Vista la histórica incapacidad de PP y PSOE para llegar a acuerdos, la aparición de dos nuevas formaciones nacionales haría más fluido el proceso para aprobar medidas que fueran representativas de las necesidades y los puntos de vista de amplios grupos de ciudadanos.
Por mi parte, sigo creyendo que hay que tener paciencia, y que la lógica multipartidista puede imponerse sobre la intransigente cultura política a la que se han acostumbrado tanto afiliados como votantes. Pero tampoco hay que esconder que las señales, a estas alturas del experimento, son francamente malas. La buena disposición de Ciudadanos acaba siendo muy poco en comparación con la vuelta de Sánchez a la dirección del PSOE, con la deriva histriónica de Podemos, y con el abierto desprecio del PP por todos los que no se pliegan a su acción de gobierno. En la España de Rajoy, el problema sigue yendo mucho más allá de los chismes.