Se me acumulan las lecturas y repercuten en la actualidad. Últimamente leo más libros que periódicos, y los libros saltan a los periódicos. Desde hace varias jornadas la imantación es la de Ignacio Echeverría. Leí (releí) El sótano de Thomas Bernhard, en que el narrador, para salvarse a los dieciséis años de la vida que no quería, decide una mañana irse "en la dirección opuesta". También Echeverría se fue en la dirección opuesta para salvarse de la vida que no quería: no de "la vida", que perdió; sino de la que no quería. Explicaré esto después, por medio de otra lectura.
Echeverría es sin duda un héroe, aunque me incomoda cuando se resalta el aspecto sacrificial de esta figura. A las reflexiones de Miguel Ángel Quintana Paz y Jorge Bustos, que comparto y celebro, solo les pongo el pero de ese "dar la vida". No la dio, sino que se la quitaron. Su empeño no era dar la vida, sino salvar la vida: la suya y la de la mujer que estaba siendo asesinada; la vida. Luego he sabido que era católico y quizá sí existía en él ese componente sacrificial. No lo sé. Ni hace falta (para mí). Yo solo quiero resaltar el aspecto afirmativo: de afirmación propia y, con ella, de afirmación de lo humano. Lo contrario provoca una cierta retórica del resentimiento, como se ha visto en quienes han aprovechado el heroísmo de Echeverría para soltar impresentables soflamas contra "los cobardes".
Me parece más limpio cuando se ha hablado de "impulso moral". Lo ha hecho por ejemplo, en Twitter, La Fernández (¡le pongo las mayúsculas que ella no se pone!): "recordaré a Ignacio Echeverría como una persona que no se pudo sustraer al impulso moral de ayudar y defender a quien se estaba atropellando. Probablemente no tuvo tiempo de preguntarse nada. Ni quiso ser héroe". Y sin embargo, justo de ese impulso moral se deriva lo heroico; recíprocamente, el héroe es el que con su ejemplo, al transparentarse en él, funda la moral.
Esto lo contaba Fernando Savater en La tarea del héroe, un libro importante de 1981 que parece que ha sido olvidado. Al menos por el periodismo: nadie lo ha citado estos días. Pero en la otra lectura que anuncié, y que es Nuevas lecturas compulsivas de Félix de Azúa, se le dedica un capítulo. Escribe Azúa (con alusión al terrorismo de entonces, que no era el islamista sino el etarra): "Savater defiende que es más difícil resistirse a la tarea heroica que ponerla en marcha. Más esfuerzo y dolor requiere disimular, colaborar, humillarse, desaparecer, huir, fantasear, que decir: 'Basta ya'. El argumento parte de que todos sin excepción, y sin necesidad de asistir a clases de ética en la universidad, sabemos cuál es nuestra obligación (qué es lo que queremos) en cada invitación a la muerte. [...] El héroe 'recuerda' [se refiere a un 'recuerdo' inmemorial, mítico] un país en paz y formado por ciudadanos libres. De modo que para él tomar una decisión es lo más fácil del mundo. Se trata, sencillamente, de habitar el mundo adecuadamente".
Que sea lo fácil no quiere decir que sea lo habitual. De hecho, es lo raro: en Londres solo uno lo hizo. Como señalaba Bustos en su columna, Echeverría fue (bernhardianamente) en la dirección opuesta. La vida que no quería, la difícil para él, era la de quedarse con los otros sin hacer nada. Hizo lo fácil, aquello a que le obligaba su excepcionalidad: seguir su conciencia y lanzarse. No para dar la vida, aunque la perdiera, sino para salvar la que vale.