Empoderado y puesto en valor: así está Pedro Sánchez. De pronto es nuestro único político con historia, con leyenda. El único hecho a sí mismo, contra el mundo (formando parte de ese mundo dos titanes: el aparato de su propio partido y El País). Ha sido el protagonista indiscutible de una proeza. De habérselo podido permitir, habría entrado en el congreso del PSOE a caballo. Aunque no hacía falta: en la cabeza de la militancia Sánchez es ya una estatua ecuestre.
Después de su tortuoso proceso –casi un rito con empaque mítico– de muerte, travesía del desierto (¡por ultratumba!) y resurrección, se esperaba que ayer en la clausura apareciese –purificado, reforzado– el Supermán de los discursos: un Sánchez que nunca había sido pero que iba a ser. Había confianza en la transmutación alquímica del político romo que conocíamos en un político brillante. El mes que ha estado guardando silencio desde que ganó las primarias ha ayudado: no hay nada para incrementar el prestigio de un mal orador como que no hable. Pero ha abierto la boca y nuestras ilusiones se han estrellado contra el funesto principio de identidad. De igual modo que “fútbol es fútbol” y “no es no”, Sánchez no podía ser sino Sánchez. Todo en el PSOE ha cambiado para que Sánchez siga siendo el mismo.
Ha sido una manera triste de cerrar la semana: abrochándola a su comienzo, en plan pescadilla que se muerde la cola. El discurso de Sánchez del domingo fue, en fin de cuentas, el último de la moción de censura que empezó el lunes. Pero no se supo aprovechar de salir el último en la contrarreloj, conociendo los tiempos de todos sus rivales: su discurso resultó tal vez el más mediocre. Al final va a ser una ventaja que no esté en el Parlamento: tiempo que deberá aprovechar decisivamente para cuando esté en el Parlamento...
Como decíamos, la desgracia del PSOE estaba servida de antemano. Que las opciones fuesen únicamente Susana Díaz, Patxi López y Pedro Sánchez indicaba hasta qué punto era un partido por los suelos: devastado por lustros y lustros de “selección adversa”, que decía Félix Bayón. En ese yermo del PSOE, lo que ha pasado con Sánchez era ya lo mejor que podía pasar, en la medida en que al menos ha sido algo. Ha aparecido de la nada un candidato investido. Por desgracia, en su primer discurso han reaparecido todas las limitaciones que le conocíamos. Pero queda por ver si su fuerza le concede una maniobrabilidad más sabia que sus palabras.
Y queda por ver qué harán con Sánchez los electores, que son un poco más complicaditos que los militantes que lo han empoderado (¡y puesto en valor!).