A Sánchez hay que empezar a medirle en función de los enemigos que va atesorando. La sombra del líder del PSOE empieza a ser cada vez más alargada, especialmente tras el pasado congreso socialista, y sus enconados rivales, dentro y fuera de casa, se reproducen y arremeten sin pudor contra él por el mero hecho de seguir estando donde está. Hay quien no le perdona que continúe respirando, que sobreviviera al asesinato de Ferraz, que se levantara, que recompusiera sus cenizas, que presentara batalla contra los molinos, que pensara que podía ganar y que finalmente lo consiguiera para humillación de todos aquellos que teniéndolo todo a favor, todo, sucumbieron con estrépito y ridículo. Y lo peor para los caídos es que mordieron el polvo a base de votos.
El periódico global, los miembros de su consejo editorial con carné del PSOE, su candidata, su banda de ex presidentes y de ex aspirantes a presidentes, todos los que se creían importantes dentro del Partido Socialista y muchos más cayeron en picado en el mismo instante en el que los militantes socialistas empezaron a votar. Los militantes votaron y ellos se disolvieron. El hecho no puede ser más significativo y hay quien no lleva bien eso de que la democracia no les de la razón.
El arco de los detractores de Sánchez es tan amplio que levanta sospechas. Va desde la extrema derecha radiofónica hasta la falsa izquierda de papel; desde el Partido Popular, que no desea que levante cabeza por razones obvias, hasta Podemos, que aspira a arrebatarle, obviamente, su espacio político; desde los que le acusan de intentar alcanzar el poder a cualquier precio, incluso pactando con los que buscan destruir España (sic), hasta lo que le reprochan que practique una hostilidad visceral al PP (más sic) como si esto en sí mismo fuera una ejercicio pernicioso y antidemocrático y no la escenificación lógica y normal de dos distintas maneras de entender un país como este.
Pero los expendedores de carné de demócratas van más allá en su pedrofobia: resulta grotesco que quien cayó reiteradamente en el insulto personal contra el ahora secretario general socialista se rasgue de pronto las vestiduras y hable de purgas y ajustes de cuentas de los vencedores contra los vencidos en el congreso nacional ya celebrado y en los regionales que están por llegar. Incluso se habla del mal estilo y la falta de elegancia de Sánchez frente a Díaz, a la que teóricamente habría hecho llorar.
Ignoro si la hizo llorar o si tan sólo era un fuerte ataque de alergia de la lideresa andaluza lo que la provocó el lagrimeo, pero de lo que estoy convencido –como lo están seguro en el periódico global, que a buen seguro hubiera incitado para que así fuera– es de que en el caso de que Susana Díaz hubiera sido la nueva secretaria general del PSOE todos los integrantes de la candidatura de Sánchez, con él a la cabeza, habrían sido ya pasto de las cimitarras, los buitres y la hemeroteca.
No tengo claro que Sánchez vaya a ser un buen secretario general. Tampoco sé si es la persona idónea para recomponer el cadáver que ahora es el Partido Socialista Obrero Español. Incluso no descarto que lo acabe arrastrando al abismo y a la desaparición, a imagen y semejanza de otros partidos socialistas europeos…
Pero dicho todo esto hay que recordar que los militantes del PSOE lo eligieron a él y sólo a él. Y que con la magnitud y la dificultad de su victoria, Sánchez, el temible Sánchez, al que todos temen y desprecian a partes iguales, se ha ganado la oportunidad y el derecho a equivocarse por delante de la opinión del periódico global, de los miembros de su consejo editorial que tienen carné del PSOE, de su candidata, de su banda de ex presidentes y de ex aspirantes a presidentes y por delante también de todos aquellos que se creían importantes dentro del Partido Socialista…
Al final, todos juntos en unión han resultados ser, a ojos de la militancia, tan solo un patético grupo de perdedores, una bandada de hologramas sin fondo ni forma.