No hay político español con fama de inteligente que no esté loquito por arruinar esa fama. Tal vez se sienta excéntrico respecto a sus colegas. El último ha sido Jordi Sevilla, exministro de Zapatero y actual sanchista, que esta semana ha soltado un tuit inaudito: “Pactemos: nosotros aceptamos que ellos son naciones culturales solo si ellos aceptan seguir en España, la única nación con Estado. ¿Vale?”. Yo le respondí, valleinclanescamente (aunque ya he borrado el tuit): “¡Cráneo privilegiado!”. Podría haberle dicho la otra frase craneal de Luces de bohemia: “¡Me quito el cráneo!”.
Y sin embargo la frase de Sevilla era en sí misma inteligente. En sí misma: si prescindimos del contexto; de la historia, de la experiencia. A los que no somos nacionalistas, y aquí me posiciono junto a Sevilla, toda esta monserga de la terminología nos da igual. Que se llamen como quieran, pensamos. Si ellos quieren y a nosotros nos da igual, adelante. Pasa como con las banderas. Pero la historia y la experiencia nos dicen ya (¡y a gritos!) que esa dejadez es un callejón sin salida, cuando no un despeñadero. Porque lo que ellos quieren no lo quieren con inocencia. Y además no lo quieren a secas: lo quieren contra otros; contra nosotros. Es un querer esponjado en el odio. Y con pretensiones de abuso.
Lo que Sevilla y Sánchez defienden con lo de las “naciones culturales” y el “Estado plurinacional” es el derecho de que quienes lo deseen lleven (¡simbólicamente!) boina. Derecho que yo defiendo también, y que además ya existe. Pero los nacionalistas no quieren eso. Lo que propugnan, con el énfasis, es la obligación de atornillarse la boina. No una boina de quitaipón, optativa, transitoria, revocable; sino una boina fija, sustancial, clavada –también valleinclanescamente– al cráneo, taladrando el cerebro. No defienden una libertad, sino una opresión. Eso y no otra cosa es lo que está en juego. Más que boina es un burka: la nación es el burka de las gentes.
He seguido con el ellos y el nosotros por mantener el esquema que marcó Sevilla. No hay problema, pero aclaremos. Ellos no son los catalanes, sino los nacionalistas; y nosotros no somos los españoles, sino los no nacionalistas, entre los que hay muchos catalanes. Es contra estos contra los que va en primerísimo lugar Puigdemont. Las declaraciones cada vez más violentas de los nacionalistas resultan escalofriantes si se piensa que, antes que contra unos ciudadanos de Madrid o Málaga, que les pillan lejos, van contra unos ciudadanos de Barcelona o Lérida, que los tienen al lado.
El eje no es entre tal o cual nación, sino entre democracia o no democracia. La cesión terminológica es darles otra coartada para que nos atornillen su boina.