El arrojo político y moral del alcalde de Rentería, Julen Mendoza, al pedir perdón a las víctimas de ETA en el homenaje a tres de sus vecinos asesinados, contrasta con la vileza gratuita del Kichi de Cádiz y sus concejales, reticentes a ponerle una calle a Miguel Ángel Blanco. El paso del batasuno retrata a fin de cuentas a los podemitas gaditanos en algún punto entre la grisura de la vulgaridad y la abyección de lo político-siniestro.
No incurrimos en beatificaciones ni anatemas precipitados. Tan sólo hablamos de un cierto sentido de la virtud y de la villanía, más allá de que el alcalde de Bildu tuviera la desfachatez elocuente de atribuir a “falta de imaginación” la crueldad de la minoría violenta que socavó la convivencia en Euskadi durante décadas; su incapacidad para empatizar con los vecinos enemigos extorsionados y los tiroteados no es en modo alguno achacable a la capacidad de imaginar.
Pero como nadie se juega nada en Andalucía por honrar a las víctimas de ETA, habrá que interpretar ambos hechos y su justificación de parte como declaraciones de intenciones en el vigésimo aniversario del secuestro y paseíllo del mártir de Ermua.
Ha sido llamativo hasta la vergüenza y la ira que mientras Julen Mendoza apelaba a “humanizar” el sufrimiento ajeno, los concejales de Cádiz adujeran que “no es necesario ponerle nombre y apellidos al dolor”. El argumento de Podemos cae por su peso porque no hay un modo más directo de banalizar el padecimiento que despojar de nombre e identidad al sufriente.
Intentar la expiación del terrorismo es imposible, pero resulta meritorio que una persona crecida en la vesania pida perdón por no haber estado la altura del dolor del otro. Por contra, comprobamos la recurrencia con que en España los necios sin escrúpulos frivolizan el mal pretextando, en el mejor de los casos, compromiso político.
Del mismo modo, y aun no creyendo en la gloria de las estatuas, tampoco se entiende que Guanyem Alicante se haya abstenido de poner a una pista de skate el nombre de Ignacio Echeverría -asesinado en ataque yihadista en Londres- “porque no está probado que fuera en monopatín”. Parece que, como en los años 30, al concejal popular le escatiman reconocimiento por odio político del mismo modo que a "the spanish hero”, que decían los tabloides, por odio de clase.
Decíamos que la actitud del dirigente de Bildu es tan insólita en el mundo abertzale como habitual resulta que intelectuales orgánicos y folclóricos de Podemos exploren nuevas cotas de indignidad. El problema principal es que harto trabajo tendrán quienes en la constelación de lo que un día fue el brazo político de ETA decidan tender puentes si, además de afrontar a los ayatolás propios, tienen que hacer desistir de su ceguera a los imbéciles ajenos; pensamos en los Hasel y Casandras de turno, por citar a dos juglares de la revolución pendiente.
Cualquiera diría que entre Cádiz y Rentería se extiende un mar subterráneo de grandeza y putrefacción susceptible de empapar a cualquiera de virtud o brutalidad. Una maldición añadida sería que el ingreso en una u otra categoría, lejos de depender de uno mismo, como quiere demostrar acaso el alcalde de Bildu, fuera una consecuencia incorregible del entorno, como una y otra vez demuestran los más furibundos de Podemos.