Cuando, en septiembre de 2015, la Agencia de Medio Ambiente norteamericana anunció que había descubierto a Volkswagen haciendo trampas para ocultar unas emisiones brutalmente superiores a las declaradas, algo cambió en el mundo.
Cuando sus vehículos siguieron siendo los más vendidos en el mundo, algunos vieron en ello un indicador de que a los usuarios no les preocupaba envenenar su planeta a cambio de tener coches baratos y potentes. La sostenibilidad como preocupación falsa, artificial, irreal, tan hipócrita como los principios de responsabilidad social corporativa de Volkswagen. Sin embargo, algo había cambiado.
Los escándalos de Volkswagen condenaron a muerte al motor diesel, y han herido de gravedad al motor de explosión. El pasado miércoles, Volvo anunció su compromiso de dejar de fabricar motores de combustibles fósiles: en 2019, todos sus vehículos llevarán motores eléctricos o híbridos enchufables. La medida no es tan drástica como parece: algunos híbridos de la marca equipan motores eléctricos con escasos treinta kilómetros de autonomía real, casi una excusa para utilizar carriles de alta ocupación o aparcar sin pagar. Pero la medida es muy positiva: la marca sueca ha sido la primera en poner una fecha concreta, pero no será la última. Quemar petróleo ya no es cool, lo que mola es conducir un eléctrico.
Finlandia, gran productor de petróleo, prohibe su uso en calefacción a partir de 2020. Tesla anuncia el lanzamiento del muy esperado Model 3, su primer vehículo con un precio considerado “razonable”. Muchas marcas, incluyendo la mítica Porsche, montan ya motores eléctricos en sus vehículos porque la entrega de potencia desde el principio de la secuencia de aceleración hace que las prestaciones mejoren y la conducción sea más divertida. Un vehículo eléctrico bien dimensionado hace que “la espalda se te pegue al asiento” mucho más que uno de combustión interna: los eléctricos ya no son “carritos de golf”. Aún faltan detalles: si pretendes adquirir uno mediante leasing, el conservadurismo de las financieras asigna un ridículo valor residual cero al vehículo y genera cuotas absurdamente más elevadas, cuando en realidad, los vehículos eléctricos se deprecian menos, no más. Cuestión de tiempo y experiencia.
Tony Seba, profesor de Stanford, afirma que los vehículos de combustibles fósiles desaparecerán en pocos años: los eléctricos serán más baratos, se estropearán menos, durarán más (veinte piezas móviles frente a más de dos mil), y los usaremos como servicio, no como bien en propiedad que permanece inactivo un 97% del tiempo. Estamos ante una transición drástica y rápida, a muy pocos años vista. Y no es apocalipsis: es lógica aplastante.