Aquel día de hace veinte años. Aquel día de julio, tibio y amable, que vivíamos con la resaca de la liberación de Ortega Lara como una patada en los morros a los asesinos de ETA y toda su camarilla ideológica. Tenían que vengarse, y lo hicieron en Miguel Ángel Blanco. Veinte años hace de la muerte en cámara lenta de un muchacho, hijo de obreros, que se había labrado la vida a pulso y aún encontraba tiempo y valor para hacer de concejal en un pueblo salpicado de roña abertzale. Querían vengarse, repito, pero calcularon mal el golpe.
Aquel día de hace veinte años la sociedad vasca se sacudió el miedo y salió a la calle. Recuerdo a una chica muy joven, diciendo entre lágrimas que hacía mucho tiempo que tenía ganas de gritar, y hasta entonces no se había atrevido. Porque por aquel entonces en Euskadi había demasiada gente que no se atrevía a muchas cosas. El asesinato de Miguel Ángel Blanco fue un latigazo definitivo en las conciencia de todos: en las conciencias de los cobardes, en las de los débiles, en las de los tibios, en las conciencias de los que aún querían justificar lo injustificable.
Escuché por la radio a la madre de un etarra diciendo al aire “esto no, hijo, esto no”. Vimos a los ertzainas quitarse las capuchas por primera vez, y los mozos sanfermineros se arrancaban el pañuelico rojo en señal de duelo. Se acababa la fiesta y empezaba una lúcida catarsis colectiva que hizo del nuestro un país más decente. Miguel Ángel se convirtió en el hijo de todos, el hermano de todos, el vecino de todos. Su muerte galvanizó los sentimientos de un país entero, que plantó cara al terror de una forma unánime. Por eso se me ponen los pelos como escarpias al saber que algunos socialistas niegan homenajes al chaval de Ermua “porque todas las víctimas son iguales”.
La frase es tan cierta como mezquina: claro que ningún muerto es más que otro, pero algunas muertes tienen una especial carga simbólica que no hay por qué ignorar.¿O es que cuando mataron a Luther King no habían asesinado antes a otros inocentes? ¿Sería lógico negarle un homenaje esgrimiendo la certeza de que más personas de color sufrieron la crueldad de los racistas? La disculpa de mal pagador esgrimida por quienes regatean un recuerdo al mártir de Ermua esconde una realidad tenebrosa. Ni siquiera ellos se creen sus excusas. Pero aquí deberían encenderse más luces rojas que las que prendió Abel Caballero. Esto no va de familias. Es otra cosa, y da mucha pena.