El prota se llama Denny Malone y es el rey de la Unidad Especial de la Policía de Nueva York en Manhattan Norte. Un tipo duro entre los duros que sólo quería ser un buen agente como lo había sido su padre pero que acaba siendo bastantes cosas más. Cuando se pregunta cómo empezó a ser algo más que un simple poli, cómo empezó a ser un poli corrupto, incluso un chivato, lo peor de lo peor, él lo tiene muy claro: "Por el principio -suele decirse cuando se enfrenta al espejo-, empecé por el principio".
Ser el puto amo de Harlem en 2016 con semejante apellido irlandés tiene mucho mérito. Pero él lo tiene y es el puto amo y señor del universo hace ya tanto tiempo que no recuerda cómo fue dar el primer paso para serlo. Pero lo es, ya lo creo que lo es, en el lado oficial y también en el que no aparece en los putos informes y atestados. Admirado y respetado por los suyos, que no saben todo lo que es -y si lo saben miran para otro lado-, y temido por aquellos que sí saben de lo que puede ser capaz.
Primero fueron unos cientos al bolsillo porque sí, nada importante; luego un pequeño favor, más tarde mirar para otro lado, después sacar de un apuro al amigo de un amigo de un amigo; de ahí pasó a comprar abogados, fiscales y jueces, a estar a sueldo de esta o aquella familia, a llevarse parte de los alijos de pasta y droga, a matar a sangre fría a narcotraficantes asesinos de niños y a quedarse con 50 kilos de heroína para pagar la universidad de sus hijos y de los hijos de sus compañeros y hermanos de la Unidad Especial.
Pero un pequeño error de cálculo del rey de Manhattan, como lo consideran amigos y enemigos, amenaza su intocable reinado. Asuntos Internos sigue sus pasos; los federales lo tienen cogido por los huevos. Su mundo se desquebraja, el cielo amenaza con caerle encima, su familia -y su amante- penden de un hilo, la lealtad hacia sus compañeros y hermanos y las familias de éstos puesta a prueba; las manecillas de su reloj giran en sentido contrario y él, rey en otro tiempo, ya no puede hacer nada para detener su irremediable caída. Y en su descenso a los infiernos, Malone amenaza con llevarse todo por delante, incluso la ciudad de Nueva York.
Corrupción policial (RBA) es la última novela de Don Winslow. Y como siempre ocurre con el autor de El poder del perro y El Cártel es capaz de describir como nadie el citado descenso a los infiernos de sus mejores protagonistas. Corrupción policial –me hubiera gustado mucho más The Force, el título original– no desmerece de la doble entrega narcomexicana, y pasa a formar parte de la mejor literatura de este autor, desigual a veces, pero que cuando acierta, acierta de lleno y golpea y golpea hasta dejar sin respiración al lector que es capaz de seguirle el ritmo con los sentidos muy abiertos para no perderse detalle.
El tema va mucho más allá de esa corrupción policial que refleja el desafortunado título. Porque la corrupción de la que realmente nos quiere hablar el mejor Winslow no es la policial, fuegos de artificio diría el autor; él quiere que pongamos nuestros ojos en la CORRUPCIÓN con mayúsculas: en la judicial y, como no, en la económica que, lógicamente, camina de la mano de la política. Esta es la verdadera corrupción, la fuerza que mueve este libro y quién sabe si el mundo. Malone sólo es el chivo expiatorio, un bote de humo para que nadie se fije en el verdadero bosque, unos pocos miles de dólares que cambian de manos, un simple grano en el culo pero no el cáncer que lo controla todo desde el principio
“Ahora tendrán que afrontar lo que ocurre cuando tipos como yo no están ahí para impedir que los animales escapen de sus jaulas y desfilen por Broadway”, dice al final Malone a modo de epitafio.