La presencia de Rod Laver en las gradas del Old England Lawn Tennis and Croquet Club durante la final de Wimbledon era ya un homenaje a la tradición. Laver, como Federer, también volvió del exilio para ganar Wimbledon. El australiano tuvo que esperar a que el circuito amateur y el profesional se fundieran en uno para competir de nuevo en los majors. Volvió a ganar Wimbledon en 1968, después de haberlo hecho en 1962 y repitió el triunfo en 1969.
Es probable que la imagen más memorable de este Wimbledon se haya producido fuera de la pista. Fue el saludo entre Roger Federer y Rod Laver con Manolo Santana como testigo. Cuando volvió a Wimbledon, Rod Laver seguía siendo un dominador pero a Roger Federer le habíamos enterrado tantas veces que verle ahora sacar el revés en una final tiene algo de macabro. El suizo volvió a arrasar en la hierba cinco años y cinco mil obituarios después.
Nadie ha engrandecido tanto el deporte como él porque quizás nadie lo haya querido tanto. Han pasado 14 años desde el primer Wimbledon que ganó Federer. Este torneo nos gusta más que cualquier otro porque nos gusta la liturgia y esto es algo que en España nos obstinamos en negarnos a nosotros mismos con una catetez suprema que, paradójicamente, también se está convirtiendo en una orgullosa tradición. Cualquier rasgo de continuidad histórica se convierte en sospechoso para quienes se creen capaces de fundar una civilización en cada asamblea.
Lo que hace grande a Wimbledon es la ceremonia y lo que hace de verdad grande a Federer es ser el más grande de un ilustre linaje de tenistas al que pertenecen Rod Laver o Manolo Santana. En ese linaje ya ha ingresado Garbiñe Muguruza y ella es tan consciente de su importancia que casi lo primero que le salió tras vencer a Venus Williams fue la constatación de que su nombre ya forma parte de la historia del deporte.
Hay hombres que viven vidas interminables sin dejar una sola huella en el mundo. Del revés de Federer jamás nos olvidaremos, ni siquiera lo olvidarán aquellos que no vivían para verlo jugar en directo. Al escribirlo me doy cuenta de que estoy incurriendo en el error que tantas veces hemos cometido de escribir el enésimo obituario del tenista suizo.
Federer se merece Wimbledon como Wimbledon se merece a Federer. Hay mucha más grandeza en declararse heredero de una historia que en tratar de fundar un mundo.