La línea recta es un concepto que admite pocas dudas. O la sigues, o no la sigues. Puedes engañar a alguien, los astutos pueden engañar a muchos, pero si nos interpela el rostro que nos mira desde el espejo no hay doblez que valga. Imaginemos, por ejemplo, a Ángel María Villar, en la celda que ocupa ahora; al diputado catalán Germà Gordó, atrincherado tras el privilegio protector de su escaño; o al conseller Jordi Turull, después de obstruir la acción de la justicia para investigar al anterior. Quién se los figura mirándose a sí mismos a los ojos y diciéndose: "No importa lo que digan, tú obraste con absoluta rectitud".
Pensemos, en cambio, en los jueces, uno de la Audiencia Nacional y el otro de El Vendrell, que se han echado a la espalda el deber de esclarecer conductas oscuras en el sanctasanctórum del nacionalfutbolismo hispánico, por un lado, y en el núcleo del nacionalismo redentor catalán, por otro. Pensemos, también, en los guardias civiles que a las órdenes de esos jueces han recabado y siguen recabando las pruebas que la justicia necesita para pedir cuentas por las presuntas fechorías cometidas. Cuesta poco imaginárselos, a jueces y guardias, con la mirada serena ante el espejo que los encara consigo mismos. Porque unos y otros han demostrado el coraje que requiere enfrentarse al poder que juega con ventaja; y porque unos y otros sirven a un Estado de derecho que puede plantar cara sin complejos, y sin sombra alguna de ilegitimidad, a quienes se lo saltan a la torera.
Es cierto que no siempre la maquinaria de nuestro Estado de derecho funciona de manera irreprochable; no cabe ignorar que casos hay en los que se echa en falta que vaya más deprisa, o que exija con más determinación y más vigor que quien ignora o desprecia las leyes responda por ello. Pero sólo desde el aturdimiento patriotero o la ceguera sectaria, cuando no desde la suma de ambos, puede sostenerse que en cualquiera de esos dos casos la acción judicial y la actuación policial obedecen a motivos torticeros. Concedamos, si se quiere así, que Villar ha llevado al fútbol patrio a sus más altas cotas de gloria deportiva. Reconozcamos a Gordó y a Turull, si se empeñan, el más febril y acendrado amor a Cataluña. Lo que lleva a los jueces a enviarles a los guardias nada tiene que ver con eso, sino con los manejos turbios sobre los que obran múltiples indicios en autos.
Todo imputado tiene derecho a embarullar los hechos en perjuicio de quienes tratan de hacerle pagar por sus actos. Lo que no se puede permitir es que menoscabe la reputación o el crédito de quienes se atienen a las reglas y a su deber. A quien sigue la línea recta se le debe un reconocimiento. Y el que por sus torcidos pasos se vea enfilado por ella, que apechugue.