En esta fotografía, que registra el momento en que el fiscal Anticorrupción José Grinda abandonaba el jueves por la tarde la sede del Palau de la Generalitat, vemos al Estado desafiando al Estado. Fue una mañana dura de registros y requerimientos en los cubiles del 3% pese a la resistencia -real o figurada- del conseller de Presidencia, Jordi Turull, al registro ordenado por el TSJC.
Las autoridades catalanas reaccionaron a la irrupción de la Guardia Civil con esa mezcla de chulería, apocamiento, victimismo y mala conciencia con la que el secesionismo carga sus postas. Como el asunto llevó unas horas, los reporteros gráficos tuvieron tiempo sobrado para apostarse a la puerta y apuntar sus objetivos.
En la imagen, el fiscal Grinda emerge de la oscuridad gótica con el gesto exasperado y la mirada torva que el enorme Sergio Leone alumbró en el desierto de Tébar, Almería, cuando los niños de pueblo queríamos ser Clint Eastwood.
Las cejas circunflejas por encima de las gafas, la frente acordeónica y los labios apretados son la mueca del hartazgo tocado de ira que antecede a la pistola humeante. El movimiento pendular de los brazos y el terno ajustado a los genitales también parecen propios de un buen western.
El mosso a su izquierda -igualmente armado- mira hierático al frente y saluda marcial con la nuez acoquinada ante el cabreo del representante del Ministerio Público. Los acompañantes de Grinda, probablemente agentes, son el atrezzo perfecto para un duelo que ahora se disputa en varios frentes: Hacienda y los préstamos del FLA, el TSJC, el Tribunal de Cuentas…
Ha sido el Govern el que ha convertido a los funcionarios en rehenes de su asalto, y el Estado le ha cogido la palabra. Lo cierto es que a partir de ahora los trabajadores públicos lo tienen más fácil para resistir la presión de su superiores y oponerse a colaborar en el 1-O.
¿Pero cómo acabará esto? ¿Cuál será el próximo paso? Puigdemont seguirá huyendo hacia adelante, que es el modo que tiene de legitimar el dedazo de su designación; así que la partida no ha acabado. A la oposición en el Parlament le queda una bala de plata que serviría para poner el foco en la falta de autoridad real de un president al que propios y ajenos dan por amortizado y que no ha hecho precisamente amigos en el PDeCAT: presentar una moción de censura.