Sucedió en los años ochenta. Estaba viendo con mi abuela un programa sobre
trasplantes de órganos, en los que España era ya pionera. Mi abuela, que tenía un
misterioso espíritu científico, seguía el reportaje con reverencia absoluta. Al acabar,
suspiró: "Y pensar que la primera vez que trasplantaron un riñón la gente decía que se acabarían criando niños para sacarles las vísceras para los enfermos ricos…".
Había olvidado la anécdota. Me vino a la memoria al escuchar a alguien que, ante el debate de la gestación subrogada, pronosticaba la aparición de granjas de mujeres gestantes. Soy miembro de un partido que defiende la regulación de la gestación subrogada, y respeto que haya gente a quien genere dudas: los avances de la ciencia requieren un tiempo de asimilación, como me mostró mi abuela hace treinta años. En cualquier caso, la propuesta de Ciudadanos debe ser entendida al margen de cualquier dilema ético.
Por eso no voy a reivindicar la libertad individual de cada mujer, que puede
reclamar el derecho a dar vida a un bebé que criarán otros, del mismo modo que las
sociedades avanzadas defienden para ella el derecho a interrumpir un embarazo.
Estamos ante un asunto en el que la ciencia ya ha ganado la batalla. Da igual si aplaudimos o no la gestación subrogada, si merece o no la condena moral de los
conservadores de derecha e izquierda: esta forma de gestación es algo que existe, y
tenemos la obligación de crear un marco legal que blinde los derechos de la gestante,
de los futuros padres, del niño que va a nacer. Si ya es posible que alguien lleve en su
vientre al hijo de otros ¿qué hacemos? ¿Ignoramos la realidad y dejamos (entonces sí) abierta la puerta al negocio y al abuso, o legislamos para asegurar la dignidad extrema de todos los que participan en este proceso? ¿Merece un niño nacido por gestación subrogada vivir en un limbo legal? ¿Reservamos la opción a ser padres por ese sistema a los ricos, o tenemos el valor de embridar nuestros prejuicios para dar esa posibilidad a otras personas?
Es curioso cómo en el rechazo furibundo a este avance coinciden los extremos de la izquierda y la derecha, todos con argumentos terriblemente machistas que presuponen a las mujeres debilidad de carácter e incapacidad para tomar las decisiones correctas. Recuerdo lo que me contó mi abuela, y pienso que quienes ante el progreso de los trasplantes pronosticaban criaderos de niños para producir entresijos fueron precursores de los que hablan hoy de granjas de mujeres dispuestas a parir por un puñado de dólares.