Vienen ahora con el "92" sin grandes alharacas. Barcelona 92 es/fue como el asa de un cubo, uno lo coge y otro lo suelta: según interese. Yo viví esa época como la más mía, y me duele en el alma que Maragall ya no la recuerde sino a retazos. La cara del Emérito, entonces, se me inmortalizó en las monedas y no tanto en las alcobas heráldicas. Recuerdo aquel ejercicio de argucia política según el cual Barcelona era el mundo, Cataluña era la madre y España un concepto jurídico simpático, un marco de referencia al que subirse en ese 92.
Aquellos años en que Barcelona "se abrió al mar" triunfaban las películas del Makinavaja y la versión gamberra de una ciudad que entró en Europa. En el resto de Celtiberia -creían en el amable pujolismo de entonces- nos ahogábamos en la acequia en julio, corríamos toros y teníamos por las tres Castillas el entrecejo como los de Puerto Hurraco.
En aquella España felipona lo que hubo no fue una, sino dos Españas: con Madrid con su capitalidad cultural y su manada de funcionarios que vendieron Curros y Cobis sin saber muy bien el qui prodest. Digo que eran dos Españas porque en la Expo quedó, a los dos meses, un descampado prematuramente oxidado mientras que a Barcelona le quedó un playeo de lo más cool, donde hoy veranean musculitos a la sombra de una torre fea e icónica. Y a Sevilla le llevaron AVE. Y la cosa catalana que hoy nos explota entró como en una sordina o sardana, y a Felipe le pusieron milagrosamente al Dream Team de Michael Jordan a encestar encima de las cloacas.
Aquel 92 descubrimos a tenazón el diseño gráfico y el poder de los lobbies, y a Cobi y a Curro, y a cómo blanquear un país con el pretexto del Descubrimiento y los huevos de Colón.
Me ha dado hoy por evocar aquellos Juegos. Quizá sea porque hacía el mismo calor que hoy. O quizá sea porque en el telediario han pasado la imagen del saltador con la Sagrada Familia de fondo. O porque Pujol tenía más pelo y porque desde entonces España te viene convirtiendo -necesariamente- en un mártir, en un miope o en un untado.
En el 92 aprendí lo que España pudo ser. Quedémonos con eso y con aquella sonrisa que a veces tiene Maragall, en la nube de la desmemoria, cuando visualiza al Cobi de Mariscal. El miércoles Puigdemont tuvo los santos aros de mezclar el deporte con sus miasmas. En el 92 no atábamos los perros con longaniza, pero tampoco nos ataba Rajoy al olímpico deporte del salto de basura.