Señora Moliner, leí asqueada y estupefacta el artículo en el que aseguraba que ser catalán en España es como ser gay en Marruecos. Intento entender qué le empujó a escribir semejante barbaridad, y como creo que la maldad es hija de la ignorancia, voy a contarle una historia: sucedió en la ciudad marroquí de Beni Melal, en la primavera pasada.
Cinco hombres entraron en una casa en la que se encontraban Abdelaziz y Abadalá, una pareja homosexual, y les propinaron una paliza. Luego, desnudos ambos, los arrastraron hasta la calle, donde una turba siguió golpeándoles. El caso acabó en los tribunales. En un primer juicio, los agresores fueron condenados a penas menores que no implicaban ingreso en prisión. Las víctimas, sin embargo, pasaron cuatro meses en la cárcel y tuvieron que pagar una multa. Habían cometido un delito. Eran gays, y el artículo 489 del código penal de Marruecos dice que la homosexualidad se castiga con la cárcel. Hay en el país muchas historias parecidas a la de Abdelaziz y Abdalá, como la que me contaron hace años de un adolescente al que sorprendieron besándose con un compañero de instituto: los chicos de su clase les pegaron a los dos. Luego, uno de los chiquillos se encontró la segunda parte del infierno cuando su padre lo dejó medio muerto de una paliza: se había convertido en una vergüenza para su familia. Por eso lo echaron de casa y acabó en la calle.
Ya ve, doña Empar, a costa de qué hace usted los chistes. ¿Cree que sucesos como los que acabo de contar mueven a la broma, a la gracieta, al chascarrillo? ¿De verdad necesita echar mano de la ofensa al colectivo homosexual para asegurarse las lentejas frotando la espalda del separatismo? Mire, doña Empar, hace tiempo que nos hemos acostumbrado a sus numeritos. Por mi parte, he llegado a observarlos con la piedad que dedico a las personas que se ven obligadas a convertirse en bufones de una idea para ganarse la vida. Lleva usted tanto tiempo viviendo de la causa que cada vez es más complicado sorprender en la nueva performance. Ya ha hecho de todo, desde insultar a troche y moche hasta quemar la Constitución, y es duro subir la apuesta: también los monos amaestrados tienen dificultad en aprender trucos nuevos para contentar al amo. Pero le pido, le suplico, que el próximo show para conservar sus prebendas no implique la burla a hombres y mujeres que arriesgan la vida por amar libremente. Deje en paz a personas cuyos sufrimiento no podemos imaginar ni usted ni yo. La frivolidad tiene un límite.
Siga usted bien.