Los asesinatos de papel son para el verano. Sin discusión. Agosto nos trae bajo el brazo altas temperaturas, bajas pasiones, horas libres para retozar y escuchar buena música a la sombra de una higuera, la posibilidad de olvidar los once meses anteriores y darnos fuerzas para los once siguientes y sobre todo crímenes, muchos crímenes, en busca de lectores. Nada mejor que la ficción cuando la realidad nos deprime, nos duele y nos ofende. Nada mejor para escapar de nosotros mismos que intentar descubrir al asesino antes de que lo haga el autor. Nada mejor que ahondar en el alma de unos personajes que en demasiadas ocasiones no hacen diferencias entre criminales y perseguidores. Lean y olvídense de todo.

Les propongo unas cuantas historias de las que no les voy a hacer más spoiler que el título, el autor, la editorial y poco más... Para empezar, Un nido de víboras (Salamandra). Podría ser la última historia larga de Andrea Camilleri –esperemos que no– y su comisario Montalbano. Otra vuelta de tuerca más a un personaje único e irrepetible, a una geografía poderosa que todo lo envuelve y a unos personajes secundarios con vida propia. Hay un sueño medio erótico para empezar y un asesinato de un hombre que, como siempre suele ocurrir en Vigata y alrededores, no es lo que parece. Lean antes de que se diluya definitivamente el bueno de Montalbano.

El Ángel (Alfaguara), del italiano Sandrone Dazieri, es la segunda historia de la subcomisaria Colomba Caselli y de su colaborador Dante Torre, que se conocieron en No está sólo. Son dos personajes que han llegado para quedarse y de hecho el final de esta segunda entrega nos augura que al menos habrá una tercera. En esta segunda aparición un tren llega a Roma procedente de Milán y del vagón de primera clase no baja nadie porque todos han sido asesinados… Ritmo trepidante, diálogos brillantes, escenas modélicas, planteamiento atrevido. Y Colomba y Dante luchando contra todos para sobrevivir, especialmente contra los suyos.

Asesinato en el jardín botánico (Siruela), de Sandro Piazzese. Camilleri ha dicho de este libro que ocupa un lugar destacado en su biblioteca. Poco más que decir. Salvo que su personaje central, un profesor universitario de nombre Lorenzo La Marca, parece un hijo de mayo del 68 que se fue de copas con Philip Marlowe. Un ahorcamiento en el Jardín Botánico de Palermo nos abre las puertas a una novela de las de antes, donde este investigador circunstancial, sentimental y solitario, recorrerá todos los caminos para llegar al final.

Como ya les vendí Corrupción policial (RBA), de Don Winslow, aquí van otros dos monumentos literarios: Bull Mountain (Siruela), de Brian Panowich, y Redención (Pamies), de John Hart, son dos novelones imprescindibles para aquellos que se mueven en aguas negrocriminales, como diría el gran Paco Camarasa, que afortunadamente ya está de vuelta. En la primera, el clan Burroughs es el amo y señor del asentamiento de Bull Mountain, en la cordillera de Georgia. La mayoría del clan camina de la mano con la mafia de Miami: robos, drogas, armas y asesinatos; todos menos uno, Clayton, que es policía. Qué lío. Y por si fuera poco están los federales, la esposa del Burroughs bueno y una primera escena en la que un hombre ordena a su hijo de 9 años que cave una tumba para su tío al que acaba de asesinar. Country noir del bueno, bueno.

Redención es la bomba. Una policía modélica –Elisabeth Black– a la que investigan por meter dieciocho balas en el cuerpo de dos violadores pillados con las manos en masa; Gideon, un chico de 13 años que quiere acabar con el hombre acusado de asesinar a la hermosa Julia, su madre; un ex policía, Adrian, que sale de la cárcel tras pasar 15 años en ella por el asesinato de Julia, su amante; Elisabeth que quiere salvar al mundo: a la joven violada, al joven Gideon, al ex policía ahora en libertad… Pero la historia no acaba aquí. Tan solo está empezando.

Según escribe Philip Pullman en el prólogo, Bajo los montes de Kolima (Salamandra Black), de Lionel Davidson, es como La isla del tesoro. Y yo añadiría El espía que surgió del frío para completar el ejemplo y ajustar más la comparación. El libro lo tiene todo: tropecientas páginas, un antihéroe indio canadiense –Johnny Porter–, contestatario y rebelde, que habla todos los idiomas del planeta, y al que la CIA y el servicio secreto inglés mandan a Siberia a ver a un científico que lo ha elegido a él para contarles a los buenos todo lo que están haciendo los soviéticos en los montes de Kolima. La estructura es tan básica como eficiente: un hombre viaja a los confines del mundo para conseguir algo valioso y traerlo de vuelta. Personajes entrañables, perfectos, humanos hasta en su aparente inhumanidad; escenas de aventura pura y dura, como la final, que te esposan al libro hasta la última palabra. Y al fondo, una naturaleza brutal, salvaje e inhóspita que deja sin aliento a quien tratan de enfrentarse a ella.

(Continuará)