La semana pasada, una noticia supuestamente inquietante recorrió los mentideros tecnológicos: los ingenieros de Facebook dedicados a la investigación en inteligencia artificial habían decidido apagar uno de sus experimentos, al entrar en pánico porque sus participantes habían inventado un nuevo lenguaje.
La noticia tiene los elementos para hacerse viral: una tecnología que pocos alcanzan a comprender, que genera miedos irracionales alimentados durante generaciones por la ciencia-ficción, e introduce un protagonista, una compañía tecnológica con reputación de ser prácticamente todopoderosa. Para el imaginario colectivo, la noticia está servida: automáticamente, estamos hablando de un experimento descontrolado, de un aprendiz de brujo y de una máquina que toma conciencia de sí misma, que empieza a comunicarse de maneras que los humanos no logramos comprender, y que sin duda, está a solo un paso de iniciar un plan para asesinarnos a todos.
La realidad, como siempre, está muy lejos de semejante historia. Pero es lo que tiene informar sobre cosas que no se comprenden adecuadamente: que te resistes a dejar que la realidad te estropee una buena noticia. Y así, hemos visto titulares tremendistas de todo tipo, que coincidiendo con las advertencias igualmente apocalípticas de Elon Musk sobre la inteligencia artificial y su opinión de que Mark Zuckerberg, creador de Facebook, “tiene una limitada comprensión sobre el tema”, consolidaban la imagen de una tecnología descontrolada, preparada para dar lugar a robots asesinos que se confabulan para exterminar a la raza humana.
Por favor, paremos esto. El experimento de Facebook era eso, un experimento con programas destinados a ofrecer a un usuario herramientas de negociación. Que “inventase un lenguaje” quiere simplemente decir que no respetó determinadas reglas del lenguaje humano y las utilizó de otra manera, por ejemplo, repitiendo palabras para transmitir un número de unidades. Ninguno de los implicados en el experimento “entró en pánico” en ningún momento, ni hubo que desconectar nada: simplemente, como la idea era desarrollar interfaces capaces de comunicarse en inglés, el experimento dejó de resultar interesante, y se reformuló con mejores restricciones en el uso del lenguaje. No, los robots no se volvieron demasiado inteligentes ni se descontrolaron: lo que eran, de hecho, es demasiado tontos. Sencillamente inútiles.
El miedo a la tecnología es algo natural. Todos tememos lo que no alcanzamos a entender, sea el fuego, la máquina de vapor, los transgénicos o la edición genética. Restringir la tecnología sin más en función de miedos irracionales colectivos es absurdo y contraproducente, y es a menudo utilizado como una forma de populismo que termina pagándose.
¿Podemos, por favor, asumir esos miedos irracionales y seguir avanzando?