Unos conspiradores que han declarado en reiteradas ocasiones su propósito de delinquir (aunque no terminan de hacerlo, quizá porque cuesta menos y divierte más anunciar que vas a darle una paliza a Batman que intentar de veras dársela) denuncian ante la justicia a los miembros del cuerpo policial que, cumpliendo estrictamente con su deber y en el marco de las diligencias judiciales abiertas al efecto, los interrogan para esclarecer hasta qué punto han desarrollado su plan delictivo. Si lo traducimos al mensaje de los niños, que resulta a veces el más eficaz, es como si Miguelito, que trata de apoderarse de las tizas, se chiva a la seño de que el delegado Pepito cumple escrupulosamente con su función de vigilar que nadie las sustraiga.
Ya habían los gestores del procés apuntado con anterioridad sus maneras dadaístas, pero a medida que nos vamos acercando al rien ne va plus de su aventura, esa odisea emancipadora por las bravas a la que pretenden arrastrar sí o sí a un amplio porcentaje de los catalanes (entre el 30 por ciento del censo que prefirió votar por opciones opuestas a su taumaturgia y el 64 por ciento que rehusó apoyar en las urnas su mensaje redentor), con más desparpajo se deslizan por la pendiente de un surrealismo esperpéntico y pueril que acredita que lo suyo, una de dos: o bien es una tomadura de pelo, o bien un caso extremo de incompatibilidad con las instrucciones de uso de la realidad.
¿De verdad esperaban que nadie reaccionara en defensa de la legalidad, por los cauces que esa defensa contempla, incluido el empleo ordinario de la policía judicial para investigar delitos y hacer posible su persecución? ¿De verdad cuentan con que sea la propia justicia la que los exonere de padecer las molestias que causa la actuación de sus agentes a quienes infringen la ley? ¿De verdad confiaban en que un Estado democrático de derecho, un país desarrollado y de larga historia, se rindiera sin más ante sus pretensiones y les dejase tomar como rehenes a cientos y cientos de miles de personas que llevan su pasaporte?
Son muchos los errores que ha cometido no sólo este gobierno, sino también los anteriores, en la gestión de la cuestión catalana. A veces por falta de imaginación y de flexibilidad para dar acomodo al legítimo sentimiento de muchos catalanes; a veces, tal vez, por lo contrario: por ser demasiado acomodaticios con las demandas y los intereses de unos que se las daban de representantes de Cataluña mientras se entregaban a esas cosas por las que han tenido que acabar disolviendo su partido. Pero el Estado al que el procés ha decidido desafiar existe antes y más allá de esos errores, y en la hora de la verdad se debe a la defensa de los suyos, de los hombres y mujeres que lo sostienen con sus impuestos y con su sentimiento de pertenencia, también desde Cataluña. No puede permitir que le pase por encima una cuadrilla de malos imitadores de Kafka. No va a permitirlo.