Un estudio afirma que en 2022, en solo cinco años, el número de cámaras en el mundo alcanzará los 44 billones. Será perfectamente habitual que un smartphone tenga trece cámaras -ahora mismo algunos tienen ya tres- y capture vídeo en 360º y 3D. También lo será que los establecimientos comerciales utilicen cámaras para analizar nuestras expresiones y acosarnos con ofertas, o que haya cámaras hasta en las bombillas. La proliferación de cámaras será tal, que prácticamente todo lo que hagamos será recogido por ellas.
Una progresión así supondrá un cambio inimaginable en nuestros usos y costumbres. Cuando, en el año 2000, en Japón, los teléfonos móviles comenzaron a incorporar cámaras, empezamos a darnos cuenta de lo que implicaba que, en el futuro, todos fuésemos a llevar en todo momento una cámara en el bolsillo. Muy pocos años después, ya todos nos habíamos acostumbrado a ver imágenes obtenidas por teléfonos móviles asociadas a noticias de todo tipo, e incluso a su prohibición en algunos entornos. Al mismo tiempo, algunas grandes ciudades comenzaron a dotarse de cámaras de seguridad, hasta el punto de que en muchas de ellas, casi todo lo que tiene lugar en la vía pública puede ser recuperado y visualizado a partir de alguna cámara.
Una cámara es un dispositivo cada vez más barato que tiende a integrarse en cada vez más objetos, posibilitando la construcción de una sociedad en permanente vigilancia, en la que, hagas lo que hagas, siempre habrá una cámara mirando. La pregunta de si estamos preparados para un escenario así es inútil: independientemente de que lo estemos o no, esa proliferación demencial de cámaras va a tener lugar, y conllevará la reformulación de algunas de las leyes de privacidad existentes, convertidas en un sinsentido de imposible control y cumplimiento.
Hoy, muchas televisiones y algunos proveedores de contenidos de televisión ofrecen la posibilidad de pausar y repetir lo que estamos viendo. ¿Se imagina lo que ocurrirá cuando podamos, de manera habitual y con cámaras con una calidad razonable, pausar y volver a ver algo que acabamos de vivir, repetir una conversación que hemos tenido o cualquier evento del que hayamos sido testigos? ¿Y cuando no sea necesario hacer el gesto evidente de grabarlo, sino que las cámaras estén integradas en nuestras casas, en nuestras gafas, en botones en nuestra ropa o en otros objetos que llevemos encima? ¿Y cuando, pasada la novedad, se haya convertido en lo normal y lo esperable para toda una generación? Vaya pensando en ello... y ensayando su mejor sonrisa.