Muchas veces, muchas tardes, Manolo Alcántara y yo nos llamamos. O me llama él al altillo de Madrid, o al piso materno de Málaga. A él, a sus 89 años, le vienen dando un poco igual el pago de las llamadas, las facturas del teléfono para desgravar. A él sólo le importan España y el Universo: que no es poco. Otras veces le llamo yo en el momento justo en que anda mandando desde el fax su columna, y quiero creer que hay un entrecruce de líneas y que asisto al momento puro del periodismo en transitivo. De cualquier forma siempre me pregunta por "lo tuyo", por España. Yo le recuerdo cuando hablamos para este periódico sobre España y sus afluentes: la corrupción, el antiturismo, el PSOE, Cataluña. Y le noto preocupado.
Manolo ha vivido el hambre, el piojo verde, la gloria y la caída de Urtain y el bombardeo de Londres por otros perros pérfidos de dentro y de fuera del Imperio. Pero lo que le impactó fue el título de nuestra serie, "Hablando sobre España".
En el balcón de sus años se ha vencido ya a la muerte, y a Dios se le espera para rendirle cuentas si hay lugar; pero no para jugar con España. Su visión de España es la del día, la del hombre que sufre: ese señor de Mingote en el Retiro o un pescador guanche tostado al sol canario.
Unamuno hablaba de la intrahistoria de España, pero Unamuno era un volátil enérgico en comparación con Alcántara. Creo que hablamos ayer sobre el terrorismo y lo difícil de estos tiempos. Y en su edad cansada hay oído de hombre de acción, de intelectual del momento. De columnismo en estado puro.
Intuyo que la pérdida de su mujer y una mala caída le han privado de que nos lea y nos retuitee, pues que Alcántara es hombre dado a la evolución y al pálpito de los tiempos. Veo en Manolo preocupación honda por España; hoy mismo con respecto a lo de Cataluña me ha recordado aquella máxima de Gregorio Marañón según la cual cada guerra civil dura cien años. No he querido ahondar, pero he pensado que los médicos que se achicharran en un cigarral toledano son de natural optimista.
Insisto en que veo preocupación en Manolo Alcántara por la España de aquí y de ahorísima mismo.
Y es que un poeta, un columnista, no tiene por qué ser el Oráculo de Delfos. Conviene, si acaso, ir haciendo caso a los mayores, dejar el látigo contra la Constitución y seguir hablando sobre España: en positivo y con los antiniebla.