A Alberto Garzón lo llamaban "el Niño" los veteranos peceros con la mirada turbia del miedo y la frustración que causa quien sabes que te puede mover la silla. Lo miraban con recelo. Quizá le envidiaban la palabra, la cultura, la pluralidad de temas, de libros, y esa juventud que ya nunca le volverá al liberado que sólo trabaja el 1 de Mayo o cuando lo llaman a pasear la banderola palestina.
También lo veían llegar con americana, y, en el imaginario de la rojería, cualquiera con chaqueta y donaire profesoral -de Valderas a Garzón- es cuanto menos un Kennedy. Uno se conoce bien el paño, a sus clásicos. Y no hay Guerra Civil más larga y más intestina que la izquierdosa. Lo sucedido cuando ardió Ferraz hubiera sido lo habitual si en el PSOE nunca hubieran tocado pelo.
Reseñemos que Alberto Garzón se casará próximamente en el pueblo de sus orígenes, pues que el casarse -boda íntima- es algo que nos va llegando a los de mi quinta más pronto o más tarde. Ya a los 36 años de soltería se nos encienden las alarmas, y sí, la vida nos pone en la disyuntiva entre el vestir santos o la pintura figurativa.
La tertulia con ínfulas que han montado Baltasar Garzón y Gaspar Llamazares, aka ACTÚA, ha ido mosqueando a Alberto Garzón a juzgar por tuits, retuits y lecturas recomendadas en los días previos a su casorio. Veo que muchos de los que firmaron el manifiesto inicial se han echado atrás en vista de que Gasparín siempre huye hacia adelante en lo electoral, y eso divide un poco más el ámbito residual izquierdista -antaño prestigioso- donde Podemos va y viene por no traicionar al militante de base que le puede ser útil. A ACTÚA siempre le quedará Cristina Almeida, con una ubicuidad que bien quisiera Marhuenda (la telefoneé y andaba tomando un vuelo desde Ibiza).
Llamazares -y esto sí es memoria histórica- nos ha convocado alguna vez al Ateneo de Madrid. A algún desayuno informativo en las vísperas de la OPA a Izquierda Unida. Allí la cosa era austera, como en una reunión de mesa camilla: con los periodistas en corro, con el café y el bollo. Y Llamazares dispuesto a contestar mientras el plumilla deglutía. También el pedrismo se ha puesto en contacto -faltaría más- con este llamazarismo que siempre estuvo ahí, y ya tenemos abierto el melón.
De aquí en adelante Llamazares y Baltasar y ACTÚA irán con el cuento de salir o no salir: o de salir en modo "depende". Lo cierto es que todo este revuelo de navaja viene a dar oxígeno a la IU de A. Garzón: esa lucecita roja que al economista malagueño no le interesa apagar del todo.
En ACTÚA andan perdiendo firmantes. Pero los que quedan caben en un taxi y eso, en cierta España, es símbolo de pureza a no sé qué ideales. Los mismos que no tiene Sánchez, ni falta...