Los portavoces de Ciudadanos sugieren que al comienzo del curso político darán la batalla para evitar que Mariano Rajoy sea el candidato del Partido Popular en las próximas elecciones generales. Puede que este no sea el momento más propicio para que Ciudadanos se distraiga tratando de resolver los problemas del Partido Popular.
Rajoy es casi el último superviviente de la glaciación que sufrió la derecha en 2004. A sus pies yace toda una generación de políticos conservadores. Un lustro de Montoro, el aluvión secesionista, millones de votos perdidos y un año de bloqueo solo han provocado el divorcio de FAES. No hay prueba de resistencia que Mariano Rajoy no haya superado con éxito. Que Ciudadanos vaya a desalojarlo desempolvando un documento añejo es tan improbable como que lo desalojen unas primarias. La limitación de mandatos en una democracia no presidencialista es una coartada frágil.
Sería extraño que Ciudadanos se enredara en semejante zarzal ahora que la formación ha llegado a su momento decisivo. Todo aquello por lo que nació está, más que vigente, exacerbado. No es solo el referéndum ilegal del 1 de octubre en Cataluña. Tras diez años de crisis la insidia nacionalista ha germinado y es la idea de la que brotan las manifestaciones perversas de la turismofobia, el repliegue frente a la Unión Europea, la relativización de la ley o el revisionismo de la Transición.
Es la idea que corroe las estructuras de un PSOE que se ha entregado a un liderazgo evanescente y que ya ni siquiera sabría definir la nación que pretende gobernar. Es la razón por la que el Estado se asusta de su propia fuerza y por la que aquellos que lo desafían se muestran tan desacomplejados.
A menos que se haya resignado al papel de muleta, la pretensión de Ciudadanos no puede ser la regeneración del Partido Popular. Eso solo compete al Partido Popular. El éxito en una empresa tan descomunal lo explotaría el PP en solitario. ¿Quiere Rivera exponerse al riesgo de compartir el fracaso?
Ciudadanos más bien podría convertirse en aquel partido liberal al que en 2008 Mariano Rajoy invitó a sus díscolos a afiliarse en un órdago que hoy sería impensable. Por una razón: la opinión pública vira a la manera de un trasatlántico, tan lenta como inexorablemente, y las encuestas confirman que la derecha en España, definitivamente, ya no es un monopolio.
Tres años en política son una eternidad. Es el tiempo que resta para que Rajoy esté obligado a convocar elecciones. Dos meses también son eternos. Es lo que resta para que España se enfrente a una convulsión política sin precedentes y a la culminación del proyecto nacionalista que justificó el nacimiento de Ciudadanos. Cualquier distracción sería imperdonable.