Durante mucho tiempo, mi amigo Josep Cuní ha sido el único periodista audiovisual capaz de mantener criterios de profesionalidad en el microclima del espacio comunicacional catalán. Un marchamo aplicable a la mayoría de medios catalanes y que debería cambiar catalán por nacionalista o secesionista. Es precisamente esa equivalencia entre gentilicio e ideología, esa convicción tribal, brutal, que reputa traidor o vendido a quien desde el terruño se sale de la corriente dominante, el gravísimos error contra el que Josep Cuní ha trabajado.
En la época en que convergentes y socialistas copaban casi todo el voto catalán, los primeros tenían a Josep Cuní por “sociata” y los segundos (generalmente menos sectarios) por dudoso. Dice Cuní, y le creo, que ni siquiera su esposa conoce el sentido de su voto. Lo que yo sí sé, y nadie me lo tiene que contar, es que su esfuerzo y vigilancia para no formar parte del unanimismo han sido permanentes. Lo he vivido. Primero en TV3 (nada menos) y después en la televisión del Grupo Godó (ahí es nada).
Llamamos unanimismo no a la mera obscenidad de que todos los medios catalanes opinen lo mismo, aberración que alcanzó su nadir en aquel célebre editorial único que pretendía presionar al Tribunal Constitucional antes de la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña. Llamamos unanimismo a la franca convicción de que resulta deseable que todo el panorama periodístico de algún lugar piense exactamente lo mismo sobre una materia que tizna a todas las demás y que es omnipresente. Con eso es con lo que no ha tragado nunca Josep Cuní.
Solo él y yo conocemos algunas de las cosas que ha tenido que hacer para equilibrar las opiniones en sus tertulias en épocas muy duras para los catalanes constitucionalistas. En ciertas ocasiones le expresé mi disgusto por el balance injusto de algún intercambio de opiniones, a pesar de su impecable papel moderador durante las tertulias. Las injusticias siempre se repararon. Ha promocionado mis libros después de haberme enriquecido con sus puntos de vista mientras los escribía.
Él y yo estamos de acuerdo en lo crucial: no habrá esperanza el día en que, ya sin excepción, los medios audiovisuales en catalán (los más influyentes) solo canalicen una ideología. Su relación con el Grupo Godó ha terminado. En septiembre, la pesadilla estrictamente unánime puede materializarse. Él es la última oportunidad de mostrar discrepancia y coexistencia civilizada en los medios de masas catalanes. O bien el idioma, el gentilicio y la ideología devendrán inseparables. Una catástrofe.