Tengo que recuperar Las Ramblas. ¿Cómo robármelas cuando ocupan tanto espacio en mí? Primero el SEPU y la xocolata desfeta, y el domingo en que me compraron dos periquitos, aunque prefería un loro. Y tantas flores. Luego las manis; si alguien hubiera dicho manifa nos habríamos reído. Las peligrosas manis del 76 y el 77. Un hombre abatido a mi lado, frente a un escaparate de Canaletas en un onze de setembre de los de verdad. Y más tarde las noches infinitas. Un rambleo y al Karma de la Plaza Real, aunque otras noches tirábamos hacia la derecha buscando las canciones tristes de Brel y Becaud, de Piaf y Aznavour en el Pastís.
Y aquella otra noche en que conocimos a Ocaña, y aquel pisarnos la palabra, apasionados, en el Café de la Ópera, y la mesa donde discutimos en la madrugada del 22 de febrero del 81 sobre la posibilidad de un golpe de Estado. Y al día siguiente, la tarde del golpe, rambleando para acabar en CNT Espectáculos, donde nos apuntamos para hacer de extras en alguna película. Y el atardecer lluvioso en que la llevé al Museo de Cera. Y durante la carrera, hartos de estudiar, bajábamos en coche a comprar los diarios, que antes de las dos de la mañana ya estaban disponibles en los quioscos legendarios. Tengo tanto puesto —¡apostado!— en esos escenarios que es apremiante recuperar Las Ramblas. Pero no puedo.
Cada semana, durante años, antes de la tertulia con Julia Otero en la emisora de las Ramblas, llegaba un rato antes para perderme en el mercado de la Boquería, hipnotizado por los puestos de fruta y los colores. Y allí siempre pensaba en la novela de Simenon La mirada inocente. Y si me tocaba con Javier Sardá, comentábamos el tema del día en la barra de alguna de las cafeterías aledañas. Si luego descendía hasta Colón, el ritual del recuerdo contenía una pequeña dicha adolescente: detenerme sobre el mosaico de Miró. El mosaico donde fue a parar la puta furgoneta que no me deja rescatar Las Ramblas.
Dicen que todo sigue, eso es bueno. Está el asunto del miedo. Tens por? Si no tienes miedo, adelante; si lo tienes, escúchame, hijo: te vas a comportar como si no lo tuvieras. Es un mandato de mi padre, que habría cumplido noventa años el día del atentado. Siempre he seguido esa orden y siempre la seguiré. He regresado a Las Ramblas, claro. Pero las Ramblas no están ahí.