Seguro que reconocen esta imagen. Forma parte de una secuencia reveladora e impactante por la sutileza de su violencia y porque alumbró con crudeza doméstica lo que se oculta bajo los eufemismos derecho a decidir y derecho de autodeterminación: la voluntad de eliminar de la vida política y social catalana todo rastro de españolidad.
También porque revela la inoperancia de los llamamientos al diálogo y a la “búsqueda de soluciones políticas” para resolver la enquistada cuestión catalana. Al menos, mientras persista la querencia totalitaria y xenófoba de los más acérrimos partidarios de la ruptura.
Fue el miércoles, durante el debate y votación de las leyes del referéndum y transitoriedad en el Parlament. Los diputados del PP acababan de cubrir sus escaños con senyeras y rojigualdas antes de abandonar el pleno junto a los representantes del resto de partidos constitucionalistas cuando, de algún lugar de la montaña’ la diputada de Sí que es Pot -facción Podemos- Àngels Martínez procedió a retirar, una a una, las banderas españolas.
La mujer, que se movía con la cadencia achacosa y reconcentrada de las abuelas metidas en faena, mereció risas de complicidad de Anna Gabriel, fotos a porrillo, aplausos y una paternalista regañina sin consecuencias de la presidenta del Parlament, Carme Forcadell.
Aquella diputada bien podría suceder al mayor Trapero como icono de la causa por hacerle el trabajo sucio a las CUP con la determinación de una empleada del hogar. A expensas de encontrarnos esta imagen estampada en las camisetas reivindicativas de la Diada, habrá que agradecerle a la señora Martínez su insobornable claridad a la hora de explicar de qué van el 1-O y la calculada indefinición de Podemos en la crisis de Estado más importante desde 1981.
Que nadie se engañe. No se trata de votar ni de expresar democráticamente un anhelo legítimo de independencia, sino de embarcar a los nacionalistas moderados y dudosos en la tarea pendiente de limpiar Cataluña.