La impresión de cartelería apócrifa de los partidos constitucionalistas en la que se llama a votar no el 1-O es el último hito de un referéndum en el que la socialización de la mentira y la exacerbación de la ingenuidad constituyen dos requisitos previos al sufragio.
Los promotores de la iniciativa, que han utilizado las siglas de PP, PSC y Cs para movilizar al electorado constitucionalista por el no, son separatistas, lo cual no puede extrañar a nadie. Los secesionistas llaman a votar contra sus intereses sabedores de que la credulidad de los humildes es un arma emancipadora y de que el éxito del proceso dependerá de la participación.
El episodio de los carteles del no sería una anécdota indicativa de la desesperación independentista, como han subrayado los manipulados, si no redundara en la naturaleza falsaria de una convocatoria en la que se hace pasar por democrática una votación sin garantías y cuyo objetivo es exacerbar la convivencia… para lograr la impunidad.
Todo el proceso parece una secuela cutre de la historia universal de la infamia -Borges nos perdone- en la que las patrañas fundacionales del catalanismo han sido colmatadas con otras falacias recurrentes sobre las causas de ruptura entre Cataluña y España. Todo vale con tal de dotar de épica el aventurerismo.
Las explicaciones acuñadas sitúan el principio del fin de la vida en común en la frustración que produjo en la sociedad catalana el recorte del Estatut en 2010. Aunque resulta inverosímil que a los ciudadanos de un país en crisis les irritara el afeitado constitucional de una ley más simbólica que práctica, esta explicación viene siendo esgrimida por los tertulianos habituales porque se avitualla de otras construcciones cuya mendacidad estimula el aplauso gregario. A saber, la maldad intrínseca del PP, factoría a tiempo completo de corruptos, nostálgicos de la dictadura, homófobos-supremacistas, neocentralistas irredentos y -colateralmente- exaltados con barretina.
Que estas cosas las digan al alimón la derecha meapilas y postfranquista del 3%, los nietos de los represaliados y los hijos conversos de los charnegos es una prueba de que la ingeniería social es la fuerza del sino de la catalanidad.
Mientras, las búsqueda de soluciones se demora o aplaza por tacticismo o por cobardía. Mariano Rajoy merece el apoyo sin fisuras de los partidos constitucionalistas, pero debería procurarse esta lealtad con recíproca confianza y explicar el timing de la violencia inevitable: la que corresponde al Estado en legítima defensa del interés general.
PSOE y Ciudadanos, por su parte, deberían dejarse de zancadillas y ayudarse en la denuncia del oportunismo de Podemos, que no tiene reparo en defender como solución democrática la constitución de un parlamento paralelo al Congreso del que quedarían excluidos los representantes de 11 millones de votos: el 46% de los sufragios emitidos el 26-J. De lo contrario, al soberanismo no le hará falta recurrir a trampas de imprenta para ganar -como suele- perdiendo.