En el observatorio de Twitter he visto a una poetisa joven y moderna decir que se le ponían “los pelos de punta” con las caceroladas independentistas de Barcelona. Justo antes había compartido un artículo del medio en el que trabaja titulado: 20-S en Cataluña: si no es un golpe de estado, se le parece mucho. Está, sin duda, en la onda.
No es mala poeta, pero cultiva el irracionalismo. Y lamentablemente lo saca de sus versos. Un paso atrás en nuestra desdichada historia, también literaria. Jaime Gil de Biedma escribió algo que sigue vigente para nosotros: “La prosa, además de un medio de arte, es un bien utilitario, un instrumento social de comunicación y de precisión racionalizadora, y no se puede jugar con ella impunemente a la poesía, durante años y años, sin enrarecer aún más la cultura del país”. El triunfo mediático del procés se debe a que entran mejor las estéticas pringosas que las escamondadas. Estas exigen una elevación que depende del esfuerzo y del tiempo, del largo aprendizaje, de la educación del gusto. La bajeza de las otras viene regalada.
Se ha impuesto el relato fácil. España, todavía franquista, contra la libertad de un pueblo al que sojuzga. Este pueblo solo quiere democracia y España lo impide. España y su leyenda negra contra un pueblo multicolor... Reaccionarios contra progresistas. Palurdos contra sofisticados. ¡Si solo quieren urnas! El esquema es endiablado, porque estructuralmente, gráficamente, parece así. Hace falta una cierta elaboración para captar su falsedad, que además nos devolvería de la poesía a la prosa...
Todo está sintetizado en el uso de los claveles en estas jornadas. Los independentistas podrían haberlos tomado como guiño al Clavelitos, ya que el nacionalismo es una especie de tuna desbocada (y el catalán con Lluís Llach como tuno mayor). Pero no: con ellos han querido evocar la noble revolución de los claveles portuguesa. El empaquetado es imbatible: civiles desarmados con casual look ofreciéndoles claveles a guardias armados en uniforme; flores frente a armas, sonrisas frente a seriedad, libertad frente a represión. Es un pastel cuyo azúcar se derrite en la boca y estalla en emoción antes de que lo procese el cerebro.
Pero el verdadero argumento de la obra es que la utilización de esos claveles no es floral, sino agresiva: son arrojados como pedruscos. Lo que hay bajo ese envoltorio sentimental es un insulto y una mentira: se está diciendo que la España democrática de hoy es en realidad una dictadura, como lo fue Portugal hasta el 25 de abril de 1974. Da igual que aquellos claveles fuesen liberadores y estos reaccionarios: la estampa se abastece a sí misma; es un circuito cerrado cuyo significado elude el contexto.
Tal chantaje edulcorado es considerablemente violento: invierte, nada menos, los términos de la realidad. Porque la realidad es lo contrario de lo que transmite: con sus armas, sus uniformes y su seriedad, esos guardias civiles están defendiendo la democracia, de acuerdo con un mandato democrático, legal. Mientras que la desenfadada chavalería de los claveles es una versión friendly de Tejero: como él, están contra el estado de derecho y promoviendo una involución a tenebrosos estadios prepolíticos.
Por lo demás, los catalanes que no están con el nacionalismo llevan ya mucho tiempo recibiendo los pedruscos (los insultos y el acoso) en vez de los claveles. Que estos sean lanzados de manera simultánea, y por los mismos, certifica su naturaleza agresiva.