En esta imagen, los utensilios domésticos más vulgares imponen una lectura pedestre de un hecho sustancial para el procés: la presentación en sociedad, este pasado viernes, de las urnas del 1-O, made in China, provincia de Guandong, 5 euros la unidad.
Hemos visto recipientes similares en las salas de extracciones y exudados de los ambulatorios de barrio; en el último salón del reciclaje y en las trastiendas de los establecimientos de comida rápida, así que nadie debería de ofenderse si aquí se confunde lo sagrado con lo repulsivo; el presunto anhelo democrático de los independentistas con su prostitución adrede por parte de los padres del 1-O.
A esta asociación de ideas, según la cual el procés es semejante a un cubo de basura, contribuye el plástico gris mate del envase, el equívoco anagrama en blanco y negro, y la tapa metálica que advertimos también en los recipientes de pilas y baterías, en las criptas para porquería radiactiva. También tienen algo que ver los precintos rojos y esa mezcla de fascinación y cautela con que los comparecientes, Romeva, Junqueras y Turull, asisten al hecho mágico de la presentación de las urnas.
Dirán que aquí hablamos de nuestros complejos y que tan sucias vinculaciones denotan desprecio o miedo a la democracia, además de una insana querencia por los artilugios de higiene. No es así, se lo aseguro, si bien el reproche imaginado viene al pelo de una tesis que estas urnas -en las que el metacrilato solemne ha sido sustituido por el vil material de los contenedores- confirman.
Como votar no es democracia, sino su metonimia y representación, insistir en confundir una y otra cosa, además de un desvarío, es un intento descarado de suplantación. En este punto, algo tan aparentemente insignificante como el material de las urnas, su diseño y procedencia, condiciona la imagen pública de la votación en curso: la pasta de la democracia en cuestión.
Qué distintas y qué feas y cutres estas urnas asiáticas en comparación con aquellas transparentes que sirvieron a Puigdemont para presentar el referéndum en el Teatro Nacional de Cataluña. La diferencia podría ser anecdótica si el proceso no se hubiera precipitado desde entonces por un ramblón de despropósitos, escraches, mentiras y golpes bajos.
"Estamos por un referéndum pactado" es decir poca cosa: eso no significa nada. Tanto como afirmar que deseamos una reforma de la Constitución acordada y una democracia fiable en la que los elegidos respeten el ordenamiento que los legitima. La solución será pactada y con urnas transparentes sea cuales sean los comicios… o no habrá solución y el procés y la calidad democrática de España y Cataluña merecerán la reputación de los artilugios de mercadillo. En eso ha quedado el 1-O, una votación de desecho.