Por gentil invitación del Ayuntamiento de Baeza, entregué el premio Diversidad a un buen amigo, Paco Tomás. Allí me planté, Talgo mediante, con otros dos colegas y las manos cargadas de ganas de aplaudir a las personas que tienden puentes al sentido común y a la igualdad. Premiaban a mi amigo, periodista y escritor, por su contribución cultural desde la radio pública a la visibilidad de gais, lesbianas, transexuales… Todo lo que engloban las siglas LGTBI. Y eso, cuando se hace desde un pueblo pequeño es mucho más grande.
Ser diferente en una gran capital es más sencillo, las calles se abren, las asociaciones protegen, los bares invitan a abrigarse, la vida se pone de tu lado. Es más fácil, sí. Pero ser maricón, bollera o trans en un pueblo puede ser el infierno. Las miradas condenatorias, la dificultad de crecer, el incómodo comentario, la voz bajita… Quien lo probó lo sabe. Paco Tomás lo dijo bien claro: “En los lugares pequeños es donde la diversidad a veces paga un precio muy alto”.
En este momento pienso en el libro de Luisgé Martín, El amor del revés, donde se narra de manera cristalina el recorrido de un tipo homosexual, aterrado, que se esconde y jura que nadie lo sabrá nunca hasta que deje de ser una cucaracha -palabras del escritor- y se convierta poco a poco en ser humano. Un ser humano. Ni más ni menos.
Desde el escenario del teatro de Baeza miré a esas señoras de la primera fila que aplaudían felices con sus collares de perlas y a la que le gritó “guapo” -con razón- a otro de los premiados, el waterpolista de la selección Víctor Gutiérrez. Un homosexual en el deporte, caray. El tipo es un referente en un lugar complicado para la diferencia como son las aguas turbulentas de canchas, pistas, campos y piscinas. Porque las personas, cuando son público en masa, se ponen agresivas; de ahí su valor, su reconocimiento. Aplausos para Víctor. Y me sentí bien, por mi amigo, claro, y por los numerosos gestos de naturalidad en un lugar pequeño que presumía de premiados y de ser diverso.
En una sociedad infectada por la intolerancia y por el prejuicio, que grita “maricón” a los árbitros y que no tuitea con ferocidad las agresiones homófobas, Baeza es necesaria. Todas las Baezas, todas las personas, todos los barrios, todas las culturas, todas las sociedades, todas las ciudades, todos los pueblos que tienden puentes, que convierten unos premios en una fiesta y que se sitúan con honestidad en 2017. El resultado es una liberación.
Y también son necesarias personas como Paco, que con su sola presencia obran un efecto benéfico en quienes las rodean. Aparatosamente brillante, conversador, divertido y ejemplo. Uno se siente mejor ser humano cuando va en el Talgo con amigos que mejoran la vida. Con personas así, buenas, es fácil vivir ¿Por qué no hay más?